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Aquaphoneia o la fascinante alquimia entre la materia y el sonido

Es bastante llamativo que aún cuando contamos con ciencias y tecnologías avanzadas, cuando estamos colmados de discursos de lo exacto y perspectivas tan determinantes ante la naturaleza, sigan aún tan vivas sus cuestiones fundamentales, abiertas, siempre trazando nuevas líneas que en el arte, la poética y la imaginación se manifiestan como vías siempre nuevas de encuentro, esto quizá porque ni el número, ni la palabra agotan la riqueza de la experiencia misma de los elementos naturales y sus formas.

En lo que respecta al sonido, la materia ha jugado un rol fundamental, aún cuando el sonido no sea únicamente un fenómeno que pueda definirse y agotarse en la mera reflexión materialista o acústica. Esto es precisamente porque la manifestación de lo sonoro no solamente se entrelaza en lo mental como una forma inmaterial o intangible del cosmos, sino también porque en la materia en sí, lo sonoro se expresa en su tangibilidad, en su maleabilidad, en la trascendencia misma del fenómeno físico propiamente dicho, pasando a ser una manifestación arquetípica de lo existente.

Esto quiere decir que el sonido pasa a considerarse como antaño tanto se rumoraba, como un elemento del universo, no solo existente en su propia dimensión, en sus propias formas o leyes o bajo sus características y manifestaciones concretas, sino en tanto capaz de relacionarse con los demás elementos. Esto es evidente si consideramos la capacidad que tiene el sonido para atravesar la materia, disponerla y alterarla al tiempo que se transforma a partir de la misma. No será gratuito que en los medios elásticos se propague según las características de los mismos y a la vez pueda alterarlos, relacionarse con estos, susurrar una fusión.

Por esta razón, no es tan coherente considerarnos atrapados en una diatriba dualista donde por un lado encontramos lo material y por otro lo inmaterial, sino que la manifestación sonora los entiende siempre enlazados. La música es probablemente el ejemplo perfecto de este contrato psico-físico, ya que si bien en su proceso se ven implicados los fenómenos físicos, materiales y matemáticos, a su vez aparecen la poética, la emoción y la capacidad de imaginaria en su extensión más abstracta o inmaterial. Sería incorrecto pensar la música meramente como un arte homogéneo, técnico y frío, como también sería un justo que la música, o quizás las artes sonoras en general, fueran meras dinámicas emocionales y juegos de algo que no tiene cabida en lo físico.

Esto nos lleva a considerar las artes que envuelven lo sonoro como una posibilidad que le es fiel a la idea de nuestros tiempos con respecto a la vibración, la cual representa el punto de encuentro entre los opuestos. Hoy en día, tanto la revolución espiritual presente en las artes de nuestros tiempos, como aquella complejidad cuántica avistada en la misma ciencia contemporánea, nos hablan de un universo donde se confirman intuiciones ancestrales: la una cosa material es como un sonido, fugaz, inestable, indeterminado, efímero. La realidad es entonces complejidad musical, como habrán intuido en tiempos como los de Pitágoras.

Así, lo que las leyes totalitaristas de la mecánica tradicional parecían proclamar de forma absoluta, solo parece cumplirse en ciertos aspectos de la experiencia, mas no nos sirve para definir el universo en su extensión total. Esto es porque la materia hoy en día se concibe desde su indeterminación, su incertidumbre y su condición vibratoria, lo cual nos acerca más a la idea del sonido como condición analógica de lo sólido, lo líquido y lo gaseoso.

En otras palabras, la vibración se sitúa como un asunto vital a la hora de comprender las paradojas que sostienen el espaciotiempo, la dinámica de la energía, los estados de la materia, las relaciones entre los diferentes elementos y nuestra experiencia misma en la realidad, esta última ya no situada bajo meras normas de las cosas debido a que la percepción entra a jugar un rol fundamental en el proceso mismo de la materialización del mundo, entendida en este caso como un conglomerado de procesos sonoros, de vibraciones, resonancias, ecos, una música intrínseca a todo, como tantas escuelas de la antigüedad vaticinaron.

De esta manera el sonido se asume en sus propiedades transformadoras y sus procesos se convierten en lo que a través de los siglos se ha denominado alquimia, una transmutación tan material como inmaterial, tan psíquica como física; donde cada voz del mundo es procesada en términos de sus raíces más primigenias, en términos de sus relaciones más profundas con los elementos de la naturaleza. Así, resonancia y materialidad se construyen un universo conjunto, que ya no tiene tanto pretensiones de elegir entre determinados estados, sino que se abre a los procesos que surgen entre los mismos, como una poética de la intimidad de lo que existe, esto es, lo que suena.

Todo lo dicho no es si no para exponer lo que se vislumbra y explicita en Aquaphoneia, una fascinante instalación artística debutante en Ars Electronica 2016: Alchemists of our Time (alquimistas de nuestros tiempos), donde el tiempo y la materia convergen en una alquimia de señales. Ondas y corpúsculos entre la intangibilidad de lo sonoro y lo líquido del agua y sus procesos. En una serie de máquinas cuyo diseño y funcionamiento deambula entre los dispositivos de grabación o procesamiento sonoro, y los artilugios propios de un laboratorio químico, se gesta una interacción fascinante entre una voz que suena y viaja "a través" de la materia, desde un proceso bidireccional, donde lo material afecta lo sonoro y viceversa, resultando de ello procesos que parecieran tan propios de una de las partes, pero que en realidad se convierten en exploraciones de la otra.

Así, la materia y el sonido entran a compartir una serie de dinámicas cosmológicas, desde la granulación hasta la evaporación, pasando por interesantes procesos de filtrado, transferencia y reacciones de todo tipo. Calcinación, transmutación, liberación, condensación. Tantos procesos propios de la transformación de la materia, que al aplicarse al sonido revelan nuevas posibilidades del mismo, logrando un punto donde lo material suena y lo sonoro se materializa en su propia serie de entidades, fluidas, temporales, trazadas entre formas estéticas y mecánicas, uniendo el arte de la ciencia y la ciencia del arte bajo un único principio de oscilación, continua, interdependiente, como el simbólico ouroboros.

Dirigida por el artista/alquimista Navid Navab Aquaphoneia es la muestra perfecta de la convergencia de diversas tecnologías, tanto contemporáneas como la programación y la electrónica, como ancestrales como lo son los procesos alquímicos o las formas de exploración perceptual de asuntos como la luz, el sonido y la materia. Crean así una dinámica donde una voz, desprendida del cuerpo del hablante, pareciera adquirir vida propia y navegar entre paisajes moleculares, reacciones químicas y diversos materiales, en todo tipo de condiciones donde la temperatura no solo altera partículas del agua, sino granos de sonido. Más bella es la imagen poética que recrea el director:

“Un gran cuerno flotante mediados espacio se hace eco de los fantasmas de Edison, Bell, y las máquinas de Berliner. Pero a diferencia de la grabación temprana, se dirige la energía del sonido pastoreo para definir patrones de presión en materia sólida, un conjunto extraño que transmuta la voz en agua y agua en aire. Voces sin cuerpo abandonan a sus fuentes para cruzar el horizonte de sucesos de la bocina. Distanciado, lo esquizofónico cae en las profundidades estrechas de la campana, exprimido en un infinito espacio-temporal, calcinado, licuado y puesto en libertad: la voz acuosa fluye entonces en tres cámaras de alquimia donde el tiempo interno es entregado a los ritmos de la materia: no unido, sin embargo, lúcido y sonoro.”

Así el sonido viaja de una forma fascinante entre el agua, el fuego, el aire y la tierra, sirviendo a su vez de quintaesencia, elemento etéreo, espacial, presente ausente, diluido entre las formas mismas de lo químico, donde “voces burbujeantes dentro de una esfera de fuego son llevados a la entropía y transmutan en una concentración atemporal de niebla espectral y vapor fonético.” Las consonantes se “destilan” en láminas ardientes donde las tonalidades de lo que suena y las manifestaciones materiales, son uno.

Las palabras en fonemas, los fonemas en granos, los granos en nuevas formas, y estas a su vez entrelazadas con el agua, que se hace gotas, que se evaporan. Y el vapor, alterando el sonido de palabras, que se hacen fonemas, y estos fonemas granos, y los granos... Nunca se detiene la cadena, solo viaja en el círculo, retornando eternamente, sostenida entre los diferentes caminos de la percepción al tiempo que pareciera una única manifestación, el continuo de aquello que late, pero ¿dónde? ¿en la materia? ¿en lo sonoro? quizá solo sean fantasías del silencio de la escucha.

Miguel Isaza
EL AUTOR

Miguel es un investigador que relaciona la filosofía, el arte, el diseño y la tecnología del sonido. Vive en Medellín (Colombia) y es fundador de varios proyectos relacionados con lo sonoro, como Éter Lab, Sonic Field y Designing Sound.

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