El día siguiente

No, espérate, no, ya vámonos sollozaba Angélica delirantemente entre el placer y el reprimirse; porque a pesar de desearlo tenía firmes convicciones, pero Héctor la tenía abrazada de una forma tal que era imposible que Angélica pudiera escabullírsele en algún momento y además con gran pasión la acariciaba y la besaba de manera intensa, deslizando sus pálidos labios por todo el cuello excitando a Angélica cada vez más.

Todo sucedía en las sombras de un parque a media luz, ya que el alumbrado era deficiente por la falta de mantenimiento, era como una cueva de placer perfecta para parejas promiscuas, sin dejar Angélica de rehusar con vehemencia al terrible placer no podía evitarlo. Se sentía poseída por una fuerza extraña.

Angélica había conocido a Héctor la tarde anterior, quedando como hipnotizada por su varonil presencia, de porte muy elegante, de mirada seductora y trato finísimo, fue impactante ya que en su vida había conocido a un ser tan exquisito como lo era Héctor.

Quedó todo en una cita, al día siguiente en donde a Angélica se le había hecho el día larguísimo esperando con ímpetu el momento del encuentro, parecía que estuviese en una cárcel por lo tedioso de su oficina y ciertas fricciones de trabajo con sus compañeros.

Al momento de dar la hora de salida, fue como el escuchar a su alma decirle que ya había llegado el momento más importante de su vida y ni tarde ni perezosa llegó en primera lista al checador, con una sonrisa placentera y un deseo jamás mostrado por esta criatura de una belleza tan delicada y tersa como la de una flor.

Momentos después de haber bajado por el elevador, llegando al pasillo en donde se encontraba la salida, le brillaban los ojos de manera demencial, Angélica estaba al borde del infarto por la emoción, porque a lo lejos pudo reconocer a Héctor su cautor.

Al momento del encuentro fue como estar en el paraíso y sin darse cuenta se dejó envolver por esa seducción, hasta llegar al lugar en que salía presa de esta promesa de amor a primer instante.

Así, continuaba Angélica murmurando con voz cada vez más excitada no, espérate, no, ya vámonos, pero a Héctor no le importaban esos comentarios, porque la tenía ya al borde del placer absoluto, el placer divino en el que Angélica, sería la principal protagonista.

Héctor sintiéndose jadeante y ya excitado, continuó deslizando sus pálidos labios hasta poder tocar con su lengua los rosados pezones y de manera que si fuesen bombones, los arrancó uno a uno con su tenaz dentadura, tan perfecta; Angélica no notó el momento y siguió delirando, tal vez porque jamás sintió dolor solo placer, y al empezar a escurrir la sangre de manera continua, iba desapareciendo a través de los labios pálidos de Héctor; pero esa pasión desencadenada lo llevó a un grado tal, que tuvo que hacer ya uso de sus colmillos filosos y largos, cual estacas milagrosas que empezaban a clavarse una y otra vez en esos hermosos pechos dignos de una ninfa, al mismo tiempo que esto sucedía Angélica gritaba, gritaba, gritaba y gritaba cada vez más y más y más de un placer descomunal, increíble e infinito, que paso a paso la debilitaba, de tal modo de que desfalleció quedando ese cuerpo perfecto, en algo inerte y muerto por ese desangre que le devolvió el vigor a Héctor.

Sin que nadie lo notara, Héctor se alejó del lugar con una sonrisa siniestra y tarareando una melodía infernal, dejando a Angélica recostada en la banca del parque, con una cara que proyectaba el placer del que había sido protagonista y que solo se da una vez en la vida.

Sin embargo Héctor; al llegar a una calle llena de centros comerciales, con la primera mirada se acercó a una mujer hermosísima de nombre Cristal, con la que hizo cita para el día siguiente.

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