La invasión silenciosa

Cuando los cristianos y los moros terminen de matarse a cañonazos, ¿qué quedará?

Más de mil trescientos millones de chinos bien organizados y dispuestos a dominar el mundo.

Es una invasión silenciosa.

En Granada hay un montón de comercios de chinos y no paran de crecer. Empezaron por los restaurantes, que no son más que servicios de comida rápida disfrazados de restaurante normal. Luego llegaron los badulaques abiertos a horas imposibles vediendo alcohol sin licencia y sin mirar la edad de nadie. Luego las tiendas de "todo a cien", lo cual era un paso lógico porque todas esas mierdas se fabrican en China. Luego las tiendas de bolsos y ropa barata.

Y el último paso de la invasión que confirmó mis sospechas de que no teníamos salvación fue cuando en Granada unos chinos abrieron un bar de tapas españolas. Era el principio del fin.

Desde entonces, los signos del final que se acerca son cada vez más evidentes. En Melilla, los moros dominan el pequeño comercio y tienen un tipo de tienda típicamente suyo en el que no compiten cristianos, el bazar.

Bueno, pues en Melilla unos chinos han abierto ya un bazar con el mismo tipo de productos que esos comercios en pleno centro de la ciudad y por supuesto están apretando los precios. Si son capaces de competir comercialmente en terreno ajeno son capaces de derrotar a cualquiera.

Y sin embargo nadie los ve. Nedie tiene vecinos chinos, nadie sabe nunca de ningún altercado con ellos. Son invisbles. Son herméticos, misteriosos.

Y nos van a dominar.

Comencé a incubar la idea de la invasión silenciosa en el restaurante de la China Loca. Es un restaurante chino en Granada completamente diferente a los demás en el que hay una escultura de la vírgen y está regentado por una china con pelos de loca que te discute el menú y tienes que convencerla de que quieres comer lo que le has dicho que quieres comer y no otra cosa.

Era miércoles santo por la noche. La china loca estaba viendo los pasos de Semana Santa en canal sur, completamente embobada. Llegado cierto momento entró un penitente en el restaurante, vestido de blanco y con la caperuza puesta como si fuera del Klan.

Se quitó la caperuza y resultó que había un chino debajo.

Como lo cuento, señoras y señores, había una procesión en Granada con un penitente chino. Ahí lo estábamos viendo, con nuestros propios ojos, un penitente chino.

Ahí me di cuenta de que era algo más que comercio o negocio. Era una invasión.

Avanzan lentamente, pero con infinita constancia. Como las fuerzas geológicas, lentas, pero imparables.

Invisibles.

Silenciosos.

Hasta que el mundo sea suyo.

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