Ludiguer - al loro - veinte años no es nada

El otro día mientras abría todos los sobres que llegaron por correo se me ocurrió amenizar tan grata tarea poniendo la radio, y entre facturas, pagos y propagandas empecé a cantar una canción que estaba sonando en ese momento. Al oírme mi loro sorprendido me dijo “que raro oírte cantar en español”, “¿qué pasa?, ¿no puedo?”, le repliqué, “claro que puedes”, me continuó diciendo, “pero me suena raro. Creo que es la primera vez que te oigo hacerlo. De hecho pensé que no te sabías ninguna canción”, “pues ya ves que sí”, le ratifiqué, y no sólo ésta, sino muchas más. Además, ésta que está sonando pertenece a un musical que hicimos mis amigos y yo en el instituto y me las sé todas”, al oír esto mi loro me miró fijamente y me dijo, “¿qué era la típica obra en la que sale todo el mundo y a la gente como tú les dan el papel de árbol o de oveja en el mejor de los casos?”, “pues no”, le corregí, “la obra era Jesucristo Superstar”, y sin casi darme tiempo a continuar añadió, “ya sé, y tú eras la cruz de la obra, ¿no?”, “pues has vuelto a fallar”, le recriminé, “yo era San Pedro”, “¿tú?”, me preguntó con sorna, “¿San Pedro?”, “Sí. San Pedro. ¿Algo que objetar?”, le dije con un tono más bien seco, a lo que él me miró y acercándose a su recipiente de pipas me dijo, “cuenta, cuenta, que esto quiero oírlo. ¿Cómo surgió esa afición tuya por las tablas?”, pues la verdad es que no lo sé, lo de actuar en público ya venía de los primeros años de instituto, cada vez que un profesor tardaba o no venía había actuación en directo en la pizarra, pero de lo otro, sólo recuerdo que un día entré a clase y mis amigos estaban hablando algo de hacer una obra de teatro, pasé por allí y alguien dijo, ‘mira, él puede hacer de San Pedro’, y ahí estaba yo convertido en Apóstol”, “¿Y salió bien aquello”, me preguntó con curiosidad, “pues la verdad es que sí”, le respondí, “incomprensiblemente si tenemos en cuenta las piezas que componíamos aquel grupo, pero sin saber ni cómo, ni de qué manera, desde el primer momento todos nos centramos en que aquello saliera, y entre todos salió. La gente que nos veía a los 20 ó 20 y pico siempre juntos nos decía que le llamaba la atención lo unidos que llegamos a estar y el buen ambiente que se creó. De hecho, fue algo tan inusual que ya no funcionó con futuros proyectos. Pero fue lo que se dice, bonito mientras duró”, “te veo que tienes buenos recuerdos de aquello, ¿no?”, me preguntó tirando al suelo de su jaula la piel de una pipa, “ya lo creo, lo pasábamos muy, muy bien. Los exámenes iban como podían, pero lo pasábamos muy bien que era lo que contaba en aquella época”, “diría que hasta volverías a hacerla”, me comentó con cierta expresión de entusiasmo, “pues te voy a decir una cosa”, le respondí mientras me acomodaba en el sofá, “en noviembre de 2004 nos juntamos casi todos los que hicimos la obra una noche a cenar, y por supuesto, alguien se había llevado los CDs del musical, así que al terminar la cena y puesto que el bar estaba abierto sólo para nosotros, la música empezó a sonar, y con el gustillo que tienen las cosas que se hacen improvisadas y nacen de dentro, empezaron los pies a no poder estar quietos y el que más y el que menos tarareaba o silbaba algún fragmento, pero transcurridos los primeros compases de la obertura ya alguien había hecho un hueco apartando mesas y sillas y las primeras bailarinas estaban representándola, pero al poco vino la primera escena de los Apóstoles, y allí estábamos todos, y una vez aquello había empezado, mas en broma o más en serio, ya no había manera de pararlo, y una tras otra cayeron todas las canciones, de la primera a la última, más o menos 90 minutos, y porque ya se hico tarde, pero faltó el canto de… un duro hace unos años y ahora supongo que será de un céntimo o de un euro, para hacer algún que otro bis, fue bonito volver a encontrarse con todos aquellos con los que tantos buenos ratos había pasado. Es complicado nombrar a gente porque siempre se te olvida alguien, pero no puedo evitar mentar a los Rafa, Salva, Pepe, Vicente Valero, Ramón, Luis, Rafa ‘Lisi’, Manolo, Alfonsito, Miguel Valero, Albui, Juaner y a Rosa, Ana E., Ana, Virginia, Isabel, Loli, Amparo, Mercedes, Poli”, “por la manera en que me lo cuentas”, me dijo mi observador y plumoso amigo, “te veo juntando a tus amigos y volviéndola a hacer en el instituto”, “no”, le respondí, “dejamos el listón muy alto con lo que hicimos. Además podemos estar orgullosos porque nadie nos ayudó en ningún aspecto. La APA creo que nos dio una pesetas y los únicos profesores que colaboraron, Rosa y el Padre Marqués, lo hicieron como amigos. Todo lo hicimos nosotros, vestuario, dirección, maquillaje, iluminación, etc. Aunque ahora me vienen a la cabeza algunas cosas que no podían haber sido hechas por otros más que por nosotros”, entonces mi plumoso amigo se sintió atraído por ese comentario y me dijo, “cuenta, cuenta. ¿Qué cosas?”, yo me paré a pensar por un momento y le dije, “pues así a bote pronto, se me ocurre que cuando faltaban tan solo un para de horas para el estreno alguien se dio cuenta de que no había pan para la Última Cena, así que salió una avanzadilla por el barrió en busca del chusco perdido, y al rato volvieron con una barra más que adecuada para la ocasión, porque o era de la época o incluso de algún año anterior, y ten en cuenta que entonces los establecimientos ni eran tan abundantes como ahora, ni abrían hasta tan tarde, así que el pan estaba duro, pero duro, duro, y cuando Rafa, que era Jesús, fue a partirlo, además de necesitar una ayuda sobrenatural para romperlo porque aquello era inquebrantable tuvo que aguantar el tipo para vernos a todos reír y no contagiarse de la risa, y luego volver a aguantarse cuando al final lo consiguió romper y el crack que se oyó sonó más alto que la propia música. Luego había una escena en la que yo le quitaba la espada a un soldado. Pues bien, esa espada llegó a ser desde un cuchillo de cocina hasta un pié de un micro pasando por una espada de plástico de juguete, siempre faltaba la espada”, mi loro seguía entusiasmado oyendo las batallitas de su dueño e insistió, “cuéntame más aventuras vuestras”, así que seguí diciéndole, “no sería justo pasar por alto el día en el que cuando estábamos saliendo al escenario a hacer nuestra escena, otro compañero nuestro llamado Felix nos llamaba fingiendo que nos iba a hacer una foto, pero todo lo que hacía era disparar el flash y dejarnos con una macha cegadora en el ojo que nos hacía no ver nada más que ese cuadro luminoso durante toda la escena, por cierto, y hablando de escenas cegadoras, dignas de mención eran las actuaciones de Mauri haciendo de ciego, espectaculares, como espectacular era la escena en la que Manolo aparecía sentado todo el rato, hasta que en un momento y mientras gritaba ‘Esperad’, ponía en pié su uno noventa y tantos de estatura dando la impresión de que nunca terminaba de desplegarse. También era muy usada la frase ‘mi templo es para rezar y no una cueva de ladrones’, que la representábamos burlonamente como si por señas se la quisiéramos decir a alguien que está al otro lado de una calle ruidosa y no puede oírnos, sólo puede vernos. Y para ver era la escena en la que Ramón haciendo de judas se ahorcaba quedando en el aire colgando de la cuerda y para oír, la noche que la representamos en la iglesia de la playa donde yo veraneaba y en tan dramático momento con Judas balanceándose en el aire, se pretendió hacer durar esa conmovedora instantánea y para ello había que poner la cinta en pausa, pero el responsable de hacerlo se equivoco de tecla y conectó la radio, y lo que tenía que ser un tiempo de silencio, recogimiento y reflexión, se convirtió en una especie de bufonada cuando se oyó a José María García preguntando dónde estaban los millones que la federación, etc, etc., y seguro que aún se me olvidan cosas porque fueron situaciones muy jugosas, por eso fue bonito encontrarnos y revivir todo aquello después de tantos años”, entonces mi loro que aún seguía entusiasmado por el relato, me preguntó, “¿cuántos?”, “ah, no sé”, le respondí con cierto desdén, “cinco o seis”, entonces me miró fijamente y me dijo, “no, cinco o seis no son tantos, ¿cuántos?”, “eeeeh, bueno, pues diez o doce, quizá quince”, volví a contestar con la intención de eludir la pregunta, “No”, me replicó de forma tajante, “venga confiesa”, entonces no tuve más remedió que reconocer, “Esta bien, veinte, pero como dice la canción, veinte años no es nada. ¿no?”, se fue hacia su recipiente de pipas y dijo susurrando mientras cogía una con su pico, “si tú lo dices”.

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