Mueva usted esa montaña y no me busque excusas

Una de las formaciones que dirijo es un coro amateur formado por personas de edad avanzada. Hablo de, en su mayoría, personas entre 50 y 70 años (los hay más mayores y creo que sólo uno más joven...) que nunca antes de su ingreso en esta coral habían cantado. Salvo uno el resto nunca ha estudiado música, muchos ni siquiera habían cantado ni en la ducha.

No les resulta fácil aprender obras a tres o cuatro voces con un resultado medianamente decente. Muchas veces, cuando una obra se nos atraviesa y se empeña en no salir, me insisten en que necesitan más días de ensayos. No les falta razón, pero no es lo único que necesitan, ni lo más importante, en la mayoría de casos.

En muchos ensayos hemos cantado una misma pieza dos veces seguidas. La primera vez ha sonado de un modo tan terrorífico (no exagero) que hemos tenido que parar a los pocos compases. La segunda ha sonado tan bonita que incluso algunas personas que habían asistido al ensayo para escucharnos se han emocionado. Como si se tratara de un coro diferente.

¿Qué ha ocurrido entre el primer intento y el segundo?

Las características del coro que he comentado al principio (la avanzada edad, la ausencia de formación, etc) la sé yo y la saben ellos. La saben y la tienen demasiado presente, les condiciona.

Cuando hablo con ellos, les recuerdo de lo que hemos sido capaces en otras ocasiones y de que cuando uno, por ejemplo, va en bici no tiene que estar mirando a los pedales, tiene que mirar hacia adelante. Uno ya sabe colocar lo pies en los pedales, si dudas de eso y miras hacia abajo en lugar de hacia adelante es fácil que te caigas.

Eso ocurrió entre la primera interpretación y la segunda. Durante diez minutos les recordé como me habían puesto los pelos de punta (en sentido positivo...) oírles en otras ocasiones. Les convencí de que ya eran músicos. Que quizá el día que se apuntaron les costaba un poco afinar pero que ahora todo eso había cambiado, solo tenían que dejarse llevar, sentir la música que día a día habíamos ido aprendiendo y “dominando”. Les dije, entre otras cosas, que la voz con el tiempo no se deteriora (mentira piadosa...) si no que madura y adquiere un tono especial... En definitiva me esforcé, todo lo que fui capaz, para convencerles de que ese miedo, esa inseguridad, había que transformarla en alegría e inspiración. En confianza.

Existe una anécdota ocurrida durante la Segunda Guerra Mundial en la que un soldado británico, al que sus compañeros describían como un tipo “raquítico y enano”, acompañado de otros cinco soldados, se encontró en medio del bosque junto a otro pequeño batallón alemán. Todos los soldados alemanes, sorprendidos, huyeron. Salvo uno, un tipo enorme con cara de muy pocos amigos. El soldado británico, sin desenfundar su arma se acercó al alemán, miró hacia arriba (os recuerdo que el soldado alemán medía un par de palmos más que él) y le dijo: “Venga, dame tu reloj y tu arma”. (El soldado alemán llevaba un reloj de oro precioso). El enorme soldado nazi le miró extrañado pero sin hacer nada. El pequeño y delgado soldado inglés le volvió a repetir con más fuerza: “¡Que me des tu reloj y tu arma!. Tuvo que insistir en dos ocasiones más hasta que el tremendo soldado alemán le entregó su preciado reloj al mismo tiempo que entregaba su arma. Una vez lo tuvo en su poder, el soldado inglés se giró hacia sus compañeros (sin los cuales él ni en sueños se habría atrevido a dirigirse así a la tremenda mole alemana), pero ellos hacía bastante tiempo que habían huido...

En psicología se han realizado muchos experimentos similares con voluntarios a los que normalmente se les engaña o sugestiona para comprobar el poder de la confianza. En medicina el efecto placebo sigue siendo un misterio en la mayoría de casos.

La confianza, la fe, mueve montañas. Esto lo saben muy bien los tipos que mueven el mundo (también los psicópatas...) y es algo que para el buen músico es indispensable.

Jimmy Hendrix nunca hubiera sido capaz de llegar al nivel que llegó con sus espectaculares solos en directo sin una extraordinaria confianza en sí mismo. La confianza actúa como un desbloqueante en esa tubería por la que ha de fluir el torrente de creatividad y emoción que todos, absolutamente todos, llevamos dentro. La falta de confianza es todo lo contrario: un pie aplastando la manguera que debe regar nuestra música con las mejores ideas.

Si crees que puedes, puedes. Eso no quita que podamos tropezar. Si todo fuera tan sencillo, blanco o negro, poco margen le quedaría al ser humano para el “juego”. Pero si no hay confianza la posibilidades de lograr el objetivo disminuyen tremendamente. No digo nada que en el fondo todos no sepamos.

Con mucha técnica y poca confianza el resultado puede ser un fracaso estrepitoso. Con sólo un poco de técnica y mucha confianza el resultado puede ser espectacular.

Uno tiene que creerse que es capaz. Pero esto es algo tan sencillo como que... ¿las verdades por que no creérselas?.

Ojo, no creo que sea buena idea intentar un salto mortal en público, si en los ensayos nunca nos ha salido. La confianza aumenta nuestras posibilidades pero no hace milagros. ¿O sí?

En las audiciones escolares insisto mucho a mis alumnos con que si quieren dejar al público con buen sabor de boca trabajen mucho el final de su pieza y que cuando terminen pongan cara de satisfacción, cara de “qué bien lo he hecho” (aunque me haya comido parte de la obra y haya “acertado” cuatro notas de casualidad...). Una parte importante de la gente (quizá toda) se va a contagiar de eso. Parte de su subconsciente pensará algo así como: “me ha sonado... raro, pero si el músico está tan satisfecho por algo será...”

Si por el contrario realizas una audición extraordinaria pero al acabar ven en tu rostro cierto abatimiento, el público quizá pensará que, aunque les haya gustado, tal vez no haya sido una audición muy buena, ya que el músico (que es el que entiende, piensan) nos está mostrando con sus gestos que algo no ha ido bien y dudarán de su propia percepción positiva, convirtiéndola (¿injustamente?) en negativa.

La confianza no sólo es ponerle el turbo a nuestras acciones también es algo que se contagia a los demás. Si tu muestras confianza en tu música los demás también confiarán en ella. Como mínimo la escucharán con una mejor predisposición.

Volviendo al ejemplo del principio. En los ensayos generales del coro (el último ensayo antes de un concierto), desde hace tiempo no sólo trabajamos técnica vocal y aspectos de las obras que vamos a interpretar. Dedico casi la mitad del tiempo a convencerles de lo que son capaces, de que “quieren” y de que “pueden”. Mucho más práctico que si los tuviera diez horas más ensayando.

Quizá nos la peguemos... pero si no, o mientras tanto, durante un tiempo podremos volar y tal vez consigamos el segundo objetivo, que el público vuele con nosotros.

Juan Ramos

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