Rayos en la noche

Como todas las noches, se veía debajo de ese árbol retorcido y siniestro la figura de Lucrecia con un cuerpo fantasioso, vistiendo ropa negra entallada para lucir sus encantos que ella poseía, de una blancura tersa era su piel semejante a la seda, su palidez era evidente por lo que la suavizaba con maquillaje, transformando su rostro como si fuese de porcelana y luciendo unos labios rojos y provocativos.

Nunca duraba mucho tiempo en ese lugar a media luz porque, como era de esperarse su sensualidad arrebatadora atraía a infinidad de hombres, sollozando por su lujurioso instinto, esta noche era nublada, sin estrellas. El turno era para Marcos, un ejecutivo hombre de negocios y empresario de una importante compañía de productos electrodomésticos, todo un triunfador en todos los aspectos de su vida, de personalidad varonil e imponente. Pasó en una lujosa limosina, de aspecto fúnebre y no dejó pasar la oportunidad al ver a Lucrecia quedando pasmado como tocado por el diablo, sintió correr su sangre rápidamente, pidiendo con voz firme a su chofer, que se acercara y se detuviera en el lugar exacto donde se encontraba Lucrecia, para hacer alarde de seducción de una manera que no pudiera ella rehusar tan tentadora proposición, sin importar el precio que fuese, para así lograr su objetivo porque nunca había fallado en estas cuestiones.

Se escucharon truenos, se veía de manera definitiva que el cielo lloraría en esta noche, Lucrecia al verlo sintió que su instinto asesino corría por todo su hermoso cuerpo, así que sin titubeo subió a la limosina para dirigirse a donde Marcos quisiera, pero su deseo era tal, que solo se preocupó por subir el vidrio divisor polarizado de la limosina, diciéndole a su chofer que no interrumpiera y que diera vueltas por toda la Ciudad sin importar el tiempo.

Marcos se sentía desesperado y dispuesto a todo sin importar el precio, se abalanzó sobre Lucrecia deslizando sus manos entre sus piernas besándola intensamente y pasando su lengua por el cuello en donde ella respondió de manera aceptable entregándose a todos los deseos a los que se le fuera sometido. Haciendo práctica de su gran experiencia, se desnudaron sin ninguna dificultad, Lucrecia abrió sus piernas sentándose sobre de Marcos, siendo de manera instantánea la penetración dejándose llevar por una serie de movimientos oblicuos, a los que ambos respondieron con alaridos infrahumanos y como si el momento estuviera encantado, él parecía un super macho durando como nunca antes lo había hecho en toda su existencia, ella dominando la relación no dejaba de disfrutar de esos momentos de poder femenino adquiridos por una diosa del arte del placer.

Después de un rato, Lucrecia se decidió a entrar en acción, tomando del cuello a su víctima, empezó por estrangularlo hasta llegar al clímax perfecto, donde de manera extraña Marcos experimentó el placer de un orgasmo mortal, al momento de ser desprendida su cabeza de tal forma que pudo ver un instante su cuerpo ensangrentado del cual Lucrecia se dejaba beber a sorbos mientras que con sus manos desmoronaba el cráneo como terrón de azúcar.

Ya disfrutado el banquete, tocó el vidrio divisor polarizado de la limosina y en el momento que fué deslizado, Lucrecia adoptó el cuerpo de una loba avalanzándose sobre el chofer, sin darle tiempo a defenderse y con sus fauces destrozó el cuello, sólo para matarlo porque ya estaba saciada su sed de sangre.

La limosina perdió el control y fue a estrellarse a un poste de luz, en esa calle obscura y solitaria, Lucrecia salió de ésta y se alejó entre la lluvia que enjuagaba sus ropas batidas por la sangre, mientras esto sucedía se escuchó un rayo que azotó derribando aquel árbol retorcido y siniestro que había sido testigo de todas las noches en que Lucrecia esperaba a los cliente.

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