Napster y la distribución musical

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Clay Shirky

[Imagen perdida]Napster se ha unido al panteón en el que habitan Netscape, Hotmail e ICQ, mitad software mitad fenómenos sociales. Su crecimiento no parece ir a detenerse en los próximos meses. No hace falta decir que cualquier cosa con este tipo de éxito necesita su propio juicio en los tribunales para poder presumir de fenómeno de la red. La RIAA intenta amablemente conseguir de Napster unos cien mil dólares por cada canción con copyright intercambiada. La cantidad total sería de unos cuantos trillones de dólares, dado el uso de Napster calculado hoy en día. Desafortunadamente para la RIAA, la historia de la música demuestra que cuando se avecina un cambio tecnológico, los defensores del viejo orden están impotentes para detenerlo.

En los años veinte, la Federación Americana de Músicos lanzó una protesta cuando se estrenó The Jazz Singer, la primera película sonora. Pronto las orquestas que adornaban las exhibiciones de películas mudas se quedaron sin trabajo. La protesta fue vigorosa pero inefectiva. Una vez que las películas sonoras permitieron una forma de distribuir música junto con el cine sin necesidad de contratar artistas en vivo, dejo de haber nada que nadie pudiera hacer para volver el viejo modelo. El camino quedó allanado a nuevas organizaciones para gestionar la música grabada. La RIAA fue una de ellas. Ahora, la RIAA se enfrenta a una nueva innovación en la distribución musical; pero no debería perder tiempo argumentando que los usuarios de Napster quiebran la ley. Como se ha visto con la distribución de material impreso y la web, la eficiencia pasa por encima de la legalidad, y lo que la RIAA necesitaría es desarrollar nuevos modelos que funcionen con la distribución electrónica y no a pesar de ella.

A principios de los noventa, se lanzó un servicio llamado Clarinet, que distribuía un cable de noticias a través de la red. El servicio tenía truco; se suponía que los usuarios no podían redirigir los artículos que leían. La vana esperanza detrás de este sistema era que si conseguían que todos entendiesen que la red era exactamente lo mismo que el papel, entonces el modelo «paga por el contenido» de la prensa escrita no se vería desafiado por el mundo online. El fin del argumento —y de Clarinet— fueron negocios competidores como Yahoo! o News.com, cuyo modelo era «publica y que te den»; modelos que favorecían e invitaban a la copia. Otras compañías desarrollaron modelos similares a Clarinet, aún sabiendo cómo había acabado ésta, y tardaron años en darse cuenta del desastre. La idea de que la gente no debe copiar contenidos de unos a otros ha colapsado tan completamente que es difícil recordar el momento en el que aún se la tomaba en serio. Tras años de dramáticos avisos de que violar el modelo de copyright asociado a la imprenta provocaría que los escritores tuvieran que pedir limosna en las calles, y de sugerir que la red sólo sería una amalgama de contenido escrito por amateurs; la sola idea da risa. La calidad del material disponible online crece año tras año.

La lección para la RIAA es que los viejos modelos de distribución pueden demostrarse claramente fallidos incluso antes de que a nadie se le ocurra cómo deben ser los nuevos modelos. Como con el texto digital, pero ahora con la música. A la gente le ha gustado realmente poder hacer ilimitadas copias perfectas de la música de la que disfrutan. Napster les permite hacerlo de la misma forma en la que la web lo permitió con el texto. Hoy en día nadie sabe cómo van a ganar dinero los músicos en el futuro. Pero la ausencia de alternativas inmediatas no cambia el hecho de que Napster es la muerte del sistema actual de distribución musical. La industria no necesita saber cómo van a ser recompensados los músicos cuando el nuevo modelo se imponga; sólo contar con que, seguro, van a poder ser recompensados de alguna forma. La sociedad no puede existir sin artistas. Lo que sí puede es existir sin departamentos A&R.

El caso RIAA-Napster se parece mucho al viejo pleito sobre el límite de velocidad en las carreteras nacionales, durante los setenta y los ochenta. La gente a favor de mantener el límite en 55 millas por hora lo tenía todo de su parte; hechos, cifras, suposiciones de sentido común sobre la seguridad, eficiencia en el uso de carburante, e incluso la ley federal a su favor. Lo único que no tenían de su parte eran las ganas de la gente de seguirles el juego. Como con el límite de velocidad, Napster nos muestra un claro caso en el que millones de personas que conocen la ley, y entienden la ley, la violan gustosamente a diario. Las malas noticias para la RIAA no son que la ley no esté de su parte. Son que cuando en una democracia el deseo de la gente y las leyes están tan en conflicto durante tanto tiempo, lo que al final cambia son las leyes.

De ahí que los límites de velocidad subieran.

Cartel de Internet Movie Poster Awards Gallery.

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