Magacín

El mejor violinista del mundo tocando en el metro y el valor añadido

En el año 2007 se llevó a cabo un curioso experimento. Colocaron a Joshua Bell, uno de los más importantes violinistas actuales, junto con un violín Stradivarius de 1713 en una boca del metro de la ciudad de Washington, en hora punta.

Durante su concierto en el metro que podéis ver resumido en el siguiente video y que duró unos 45 minutos, apenas nadie fue capaz de distinguir la excepcionalidad de lo que estaba sucediendo a pocos metros de distancia, a pesar de que la música llegaba con toda su intensidad a sus oídos.

Calculan que llegaron a pasar por delante de él más de mil personas, 27 le dieron dinero y sólo cinco se pararon a escucharlo durante apenas unos minutos.

Joshua Bell, apenas unos días antes, había llenado el Boston Symphony Hall donde cada asiento costaba 100 euros.

El objetivo era calibrar el gusto artístico del ciudadano medio de Washington, comprobar cuanta gente era capaz de distinguir entre un músico callejero y uno de los más importantes concertistas del momento. Pero evidentemente son muchas más las lecturas que pueden hacerse de esto.

Tu música no va a percibirse igual si suena en un sitio o en otro, y no me refiero a la acústica. Es importante que la gente se crea de antemano que lo que va a escuchar tiene valor.

Recuerdo un año en el que estuve colaborando en la venta de camisetas para una ONG en medio de la vía pública. Era curioso ver como la gente se acercaba cuando veía a más gente interesada y como ocurría lo contrario cuando no estaba nadie parado delante de nosotros. Al final la ONG decidió usar a voluntarios en forma de cebos para atraer a la gente, algo que la industria del marketing lleva tiempo haciendo.

Imaginaros esta situación: nos encontramos ante dos escenarios diferentes en los que aún no han salido los músicos a tocar. Contemplamos como en uno hay una multitud considerable de gente esperando, en el otro nadie o unas pocas personas desperdigadas. Sólo podemos escoger ir a uno, ¿a cuál iríamos? Quizá alguno de nosotros tenga un espíritu rebelde y vaya al concierto minoritario, pero lo habitual si uno no dispone de más información es ir donde ve más gente. Pero realmente la pregunta que quiero hacer no es esa. Imaginad ahora que los músicos y las canciones que tocan en un sitio y en otro son exactamente las mismas y tanto los artistas como los temas son inéditos. ¿La percepción de cada una de las canciones va a ser la misma? Pensad que repercusión puede tener la música en ambos escenarios tanto si esta es mediocre, buena o excepcional. Ese es el valor añadido.

Ese escenario lleno de gente no es más que una metáfora de los medios de comunicación como la radio, la televisión, prensa, Internet... El escenario “vacío” la realidad de la mayoría de músicos.

Esta claro que no todos los artistas “merecen” poder tocar ante multitud de personas y que uno debe de trabajar para obtener un buen producto de calidad que ofrecer. Pero todo esto queda adulterado cuando los criterios para dotar a un artista de ese valor añadido ya no tienen por qué estar relacionados con lo musical. Las consecuencias que provoca el efecto en cadena que genera es bien conocido por la mayoría de artistas.

Tras decir esto, a uno le gusta pensar que el ser humano suele evitar que le timen dos veces seguidas, pero esto sólo ocurre cuando uno tiene la certeza de que le están timando. Cualquiera sabe distinguir si le dan peras por manzanas.¿pero tenemos la suficiente cultura en lo musical para que no nos den gato por liebre?¿o para comprobar que el valor añadido no sea desproporcionadamente mayor al valor real del “producto”?

Una vez, de niño, viendo un concierto con mi padre, creo que era unos de los tradicionales conciertos de fallas que se hacen en Valencia a los que acuden miles de personas, me dijo que cualquier cosa que hicieran los músicos sobre el escenario volvería a la gente loca. Si el que estaba arriba, aunque no lo conociera nadie, pegaba una patada al escenario (era un ejemplo..) la gente seguro que chillaría y se pondría a dar saltos. Eso es el valor añadido.


Seguro que más de uno habrá hecho eso de ponerse a mirar hacia arriba cuando está con un montón de gente y comprobar como personas que están al lado comienzan a hacer lo mismo. Sí, somos bastante borregos. Aunque algunos más que otros, y que nadie se ofenda que quizá yo sea el más borrego de todos. Al menos, yo soy el primero en mirar hacia arriba si veo a alguien haciéndolo, no sea que me vaya a caer algo en la cabeza...

Son muy conocidos los experimentos que se realizaron a mediados del siglo XX (los experimentos de Asch, Sheriff....) en los que se juntaba en una sala a una serie de voluntarios para realizar un test. Realmente sólo un individuo (aunque él no lo sabía evidentemente) era el sujeto del experimento, todos los demás eran cómplices. Estos cómplices tenían instrucciones de dar siempre la respuesta incorrecta (todos la misma) ante cuestiones donde la respuesta real era evidente. En muchos casos el pobre participante cambiaba la respuesta correcta por la incorrecta convencido de que si todo el grupo coincidía en opinar de una manera por algún motivo sería.

Afortunadamente, no siempre era así aunque en algunos de estos experimentos la estadística fue muy alta (incluso de un 33%). Pero si ocurría esto ante cuestiones donde la solución era bastante evidente (por ejemplo “si esta línea recta es más larga que otra”, o “si estos dos colores son iguales” cuando eran completamente distintos, etc...), que no ocurrirá con algo tan subjetivo como el arte.

Mi padre al que nombraba antes (debe estar encantado con tanta mención, ya que lee este blog) me enseñó una cosa interesante. Me dijo que una mano (puso ese ejemplo..) no se percibía igual si el fondo que tenía detrás era de un color o de otro. Mi pensamiento ante eso era bastante obvio: “no lo percibiré igual pero la mano es la misma”.

Parece simple lo que acabo de decir, pero es necesario para entender que lo que no es nada simple es conseguir que alguien valore tu música tal y como es, con la “justicia” que merece tanto para bien como para mal.

Dicen que sobre los grandes millonarios pesa un castigo muy grande (aunque no sé si es suficiente para equilibrar la balanza :P )y es que nunca pueden saber si la gente que les rodea lo está porque les aprecian o por su dinero, son incapaces de saber si alguien les quiere como personas. Quizá algunos músicos que tienen una importante fama detrás ya no puedan saber si la gente escucha su música porque es buena o simplemente porque su fama les da un valor añadido.

Yo creo que a todos nos vendrán a la cabeza obras “incuestionables” a las que les daríamos un diez aunque las escucháramos con “los ojos cerrados”, aunque nos dijeran que lo ha compuesto el tipo ese de ahí, el vecino, ese tipo “gris”... Tal vez, pero no todas las obras son tan explícitas con su grandeza o no llevan la belleza en su primera capa. Algunas han de escucharse con “buenos oídos” para entenderlas. Conseguir esos buenos oídos a veces es más difícil que componer buena música.

La moraleja de todo esto es que un compositor, un artista, no debe depender del público (si es afortunado y lo tiene) para dar validez a sus obras. Un buen artista sabe, opine lo que opinen los demás, el valor que tiene su obra. Si somos artistas y no lo sabemos es porque aún nos encontramos en proceso de aprendizaje, como cuando uno estudia y necesita que le corrijan los ejercicios. Aunque siempre hay excepciones y algunos genios que ignoran lo extraordinarios que son (también a la inversa...).

Y por el contrario, aquellos que gozan de ese valor añadido, sea por motivos musicales o extra musicales, pero sobre todo, aquellos que tienen el poder de otorgarlo, deberían ser conscientes de la enorme responsabilidad que tienen y hacer un buen uso de ello.

El valor añadido esta ahí, es importante, es el que va a hacer que tu música, o lo que sea, se escuche desde un principio con interés. Ese valor añadido puedes haberlo adquirido por méritos propios (lo que no implica, por desgracia, que tener los méritos te vaya a dar automáticamente algún valor, como hemos visto en algunos ejemplos) pero también lo puedes “comprar”. Personalmente tengo la sensación de que esto último es lo que más se estila. Estaría bien que no fuera así, ¿no?

Bueno, y tú ¿qué piensas?

Juan Ramos

www.musicalisis.com

www.juanramos.es

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