Magacín

De la gran orquesta animal al sonido de la extinción

18/10/2016 por Miguel Isaza

Para bien o para mal, hoy en día no es novedad que la situación ecológica es crítica. Quizás la novedad necesaria es nuestra acción ante la misma, la toma de consciencia desde cada uno de nosotros, y qué mejor forma de hacerlo que escuchando.

Si, escuchando, porque la extinción suena, la polusión aturde, la tierra entona sus propios lamentos, el planeta entero en tanto se teje de vibraciones, permite ser escuchado. Y se escuchan sus mares y ríos, se escuchan los mundos de las aves, se escucha la voz de una madre o la risa de un niño; pero también resuenan los gritos de tantas especies que día tras día, se agotan; resuenan los mundos escondidos de la ignorancia o las formas de abandono en su más profunda expresión.

Más allá de detenernos en discusiones sobre los estatutos ecológicos o ponernos con discursos sobre cómo deberíamos cuidar la vida, podemos más bien detenernos en la escucha y desde allí percibir como, por un lado, ejerce el hombre una nefasta acción sobre los ecosistemas, y por otro, cómo las alteraciones misma de los territorios mutan para exponerse a nuevos paradigmas. Esta cultura de la escucha y la consciencia ambiental es precisamente uno de los puntos clave de la denominada ecología acústica.

Como veíamos con Francisco López, el paisaje sonoro puede explorarse desde concepciones que, ajenas a la simulación y la representación, se entrelazan como las posibilidades mismas de lo sonoro; sus mundos, sus formas propias más allá de la fuente que supuestamente los genera. Ahora bien, existe otra tendencia en la grabación de campo que se enfoca en la causa y la representación, apuntando al sonido siempre en relación a su contexto no sonoro propiamente dicho. De ello, podríamos decir que de estos dos análisis se desprenden dos vías respectivas de una misma ecología sonora, una donde se reconoce la manifestación sonora en sí misma, otra en la que los sonidos se atan a sus supuestas raíces semánticas, materiales, físicas, etc.

Vamos a detenernos en esta segunda concepción, a partir de una reflexión reciente del ecologista acústico Bernie Krause —de quien ya hemos hablado anteriormente—, buscando así quizás para complementar la reflexión y exponer otras formas de pensar lo sonoro, de la mano de un bien conocido explorador del entorno acústico que se atiene a una idea del paisaje sonoro propuesta siempre en términos de relación, representación y simulación del paisaje visual y material, por ende suscita cuestionamientos con respecto a determinadas situaciones que nacen o se expresan en el sonido.

Krause se dedica desde hace años a explorar entornos sonoros, haciendo una especial indagación en la extinción de estos, aunque no extinción propiamente referida al sonido en cuanto tal, sino al mundo desde el sonido, esto es: cómo la extinción de los entornos y especies, cómo los conflictos ambientales y los problemas ecológicos, se reflejan en lo que suena y escuchamos. Así, más que una ecología del sonido en cuanto tal, se trata del sonido de la ecología, la resonancia de las reflexiones ecológicas, ambientales, etc. Es claro que hoy las tendencias de la ecología pueden permitirse ir más allá de la noción de naturaleza o de determinadas concepciones biológicas o geográficas, pero en el caso de Krause, su enfoque es más tradicional: los entornos naturales y las especies de estos entornos.

La ecología acústica en esta perspectiva considera el entorno como una especie de megainstrumento musical, donde las diferentes especies resuenan a determinadas frecuencias y donde la naturaleza es sinónimo de una armonía establecida a partir de la vibración entendida como efecto. Para Krause, estos elementos caben dentro de lo que considera “biofonías”, “narrativas de lugar” que “cubren un montón de historias diferentes que informan sobre diversas disciplinas como medicina, religión, filosofía, literatura, arquitectura, etc”, como comenta en una entrevista para The Wire.

De este modo, el paisaje sonoro se entiende como expresión de un metapaisaje que envuelve todo tipo de procesos. No es aquí causa de mundos dirigidos por la imaginación, como veíamos en la perspectiva de López, sino expresión de mundos, representación, simulación, significado predeterminado, que en el caso de Krause se limita a la relación musical de las especies, considerando música desde la perspectiva tradicional de la convergencia de sonidos en diferentes rangos.

Esta perspectiva de Krause se expresa a la perfección en su más reciente instalación –inaugurada el pasado mes de Julio en La Fondation Cartier pour l’art contemporain en París, Francia– y en el sitio web interactivo dedicado a la misma, donde se pueden escuchar diferentes tonos y rangos de frecuencia según diversas especies y sus "nichos acústicos". La obra es llamada igual que uno de sus conocidos libros: Le Grand Orchestre des Animaux (La gran orquesta animal). Se trata de una exposición audiovisual e interactiva donde se explora la noción de la mencionada biofonía y el paisaje sonoro, el cual define como “todo el sonido que alcanza nuestros oídos desde cualquiera fuente”.

Según cuenta, su interés ha sido la de lograr lo que a su juicio no alcanzaron pioneros del paisaje sonoro como R. Murray Schafer y su equipo de exploración en Canadá: hallar nombres y categorías para poder clasificar las fuentes y sus respectivos sonidos, de donde viene su distinción entre geofonía –sonidos como viento en los arboles o agua en un arrollo–, antropología –sonidos generados por los humanos– y biofonía –el sonido colectivo de especies en determinado habitat–.

Este último es especialmente valorado en la mencionada exhibición, dado que expresa, según Krause, “el concepto de sonido natural estructurado”, esto es, la hipótesis de que “todas las biofonías situadas en un habitat saludable han evolucionado en formas para las cuales los canales de ancho de banda de transmisión y recepción están reservados y son ocupadas por especies individuales”. En otras palabras, el paisaje sonoro estaría estructurado en grupos determinados de frecuencias y elementos sonoros, como una orquesta, donde graves, medios y altos, tienen su lugar.

La exhibición de Krause se compone del trabajo de varios artistas reconocidos internacionalmente y se expone como una “meditación estética, tanto visual como auditiva, en un reino animal que está cada vez más amenazado”. Esto, según cuenta Krause, se refleja en su sonido, ya que se pueden apreciar carencias de frecuencias en grabaciones realizadas con varios años de distancia, pero en un mismo territorio, como se expresa en el siguiente vídeo:

La idea entonces de Krause es invitar a un reconocimiento de este espacio natural y esta forma de estructura musical de la naturaleza, que más allá de si es precisa o no, de si se cumple para todas las especies o no, tiene consigo un llamado esencial que, más que simplemente invitar a los discursos, apela a una escucha profunda y atenta, se dirige a una escucha que al tiempo se compromete ante todo no con el sonido en sí, sino con las relaciones que trae consigo, con sus causas, lo cual puede parecer superficial desde un punto de vista acusmático.

Sin embargo, probablemente la clave estará en no separar ninguna de las dos tendencias, aquella que aboga por el sonido en sí mismo sin considerarlo en una jerarquía causal con sus fuentes, y aquello que se preocupa por lo contrario: el contexto que está causando los sonidos. A fin de cuentas ambas se preocupan por invitarnos a escuchar, a reconocer los mundos que trae consigo el sonido y los que surgen en la escucha como tal. Lo dice Krause en su libro: “el arte de escuchar activamente”.

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