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Sónar 2018: Todo y nada en su 25 aniversario

24/06/2018 por Teo Tormo

Parafreseando a Salah ad-Din –Saladino como dirían los cristianos– en la hiperbólica licencia artística que se marca Ridley Scott en su película “El Reino De Los Cielos” cuando a este personaje le preguntan por el valor de Jerusalén, diría que en su 25 aniversario Sónar ha valido todo y nada. Todo porque es innegable que Sónar es todo un éxito comercial, de público, de turismo, de dinero para la ciudad, una oportunidad excelente de demostrar al mundo nuestro músculo en el territorio de la música electrónica y de vanguardia, en la innovación tecnológica enfocada a la creatividad, un macroevento complicadísimo de organizar en una ciudad singular, una marca que funciona, un totem al que este año acudieron 126.000 almas en peregrinaje a pasárselo bien durante casi una semana con todo lo que ello conlleva. Pero lamentablemente, algunas de las partes más interesantes de ese todo se diluyen al mirarlas de cerca y con lupa, y sobretodo al mirarlas en perspectiva con los últimos seis años.

En su vigésimo aniversario conocí Sónar de primera mano; pues sí, los 19 anteriores me los contaron o los vi en vídeo. La fórmula que observé en aquel aniversario en el que se cambiaba la ubicación del Sónar de día del CCC a Fira Montjuic, se ha ido repitiendo de manera sistemática los últimos años, a excepción del año pasado, que no pude asistir por motivos de salud –aunque nuevamente “me la contaron”–. Tras un año de descanso de Sónar esperaba encontrarme este año y siendo su 25 aniversario, algo tremendamente novedoso, pero todo ha parecido indicar que ha sido casi intencionadamente otra fotocopia de la fórmula magistral.

Adminístrese en finas lonchas

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Encadenar varias ediciones seguidas creo que me hizo perder el punto crítico, y las visitas al macroevento comenzaban a automatizarse en exceso a todos los niveles. Este año se nos pasaron las fechas de solicitud de acreditaciones por un despiste mío, con lo que hubo que contactar con el departamento de prensa, pedir las habituales disculpas, enviar el habitual resumen del tipo de cobertura, contestar al habitual mail en el que te piden o más cobertura o que publiques ya mismo un reportaje previo, y finalmente recibir el mail definitivo donde se te confirman las acreditaciones. Y aquí llega la primera sorpresa: sólo recibimos acreditación para las jornadas de día y para el Sónar+D, quedamos fuera de los conciertos de noche. Obviamente no iba a pedir explicaciones porque imaginaba que la respuesta sería que al ser un medio especialmente centrado en tecnología no necesitábamos acudir a los conciertos de noche, aunque sí es cierto que en otros años hemos publicado reseñas sobre estos conciertos, y más aún, hemos llegado a tener en una de las ediciones pasadas un estand pagado para promocionar Hispasonic. Y está claro que es su festival y hacen lo que quieren con él, pero, ¿cuál es la finalidad de acotar tanto la acreditación? ¿Hacernos pagar las entradas de noche? Lo desconozco. A fin de cuentas estos detalles los explico para que se entienda por qué no puedo hacer en este artículo ninguna mención a una sola de las actuaciones de la noche. Y también lo dejo ahí por si alguien necesita que le pongan en bandeja una excusa para criticar mis críticas al festival, ya que pretendo ser tan honesto como pueda.

La segunda también fue en la frente, ya que aunque estábamos acreditados para el Sónar de día y el Sónar+D, resultaba que los profesionales de medios no teníamos acceso a la herramienta de networking –uno de los leitmotiv del +D, el networking– ni podíamos reservar un espacio en los workshops, tampoco podíamos participar en el Meet The Expert, ni en el Artists Wanted, menos aún en el Meet The Investor. ¿Cómo vamos a poder evaluar estas actividades si debemos conocerlas desde fuera sin poder interactuar en ellas? No sólo eso, algunas de estas actividades ya estaban totalmente completas semanas antes del festival por el escaso número de plazas que cada una de ellas tiene. Y precisamente de esto surge mi siguiente crítica: ¿de qué sirve llenarse la boca en la publicidad con las toneladas de actividades que ofreces si cada una de ellas tiene poquísimas plazas? Tras dar un poco la tabarra la organización me ofreció contactar con un miembro del departamento de prensa que me inscribió de forma alternativa en uno de los workshops con plazas –al que dedicaré un artículo aparte por lo didáctico e interesante que me pareció–, pero al llegar el momento del workshop se me comunicó a la entrada que yo no estaba inscrito. Por suerte, la benevolencia de los que llevaban el taller –y no borrar nunca los correos electrónicos– me permitió entrar y participar en la actividad.

Un Sónar+D incoherente

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Desconozco cómo serían las cosas el año pasado con total exactitud porque tal y como expliqué un poco más arriba no me fue posible acudir. Con lo que tras un salto de dos años desde mi última visita me encontré con un Sónar+D aparentemente igual, era como haber salido de allí el sábado 17 de junio de 2016 y haber vuelto al día siguiente para encontrarte lo mismo. Bueno, lo mismo no, porque de hecho aunque no me puse a pesar y medir todo tenía una constante sensación de vacío al recorrer el Sónar+D.

Allí estaba el expositor de Allen & Heath nuevamente, probablemente el más visitado porque esta vez mostraban y dejaban usar la nueva Xone:96, además de contar también con una Model 1 que igualmente podía toquetearse hasta la saciedad. El propio Alex Zinn, diseñador de ambos prodigios andaba por allí y con un más que lógico orgullo no tenía problema en explicar ambos productos a quien le preguntara. Reconozco que pararme a charlar con él este año fue uno de los lujos que he disfrutado en Sónar.

Nuevamente también la gente de Elektron con su habitual exposición de productos, y con los nuevos Digitone a disposición de la gente, y nuevamente con las máquinas arcade… ah no, las máquinas arcade esta vez no estaban. También estaba la exposición de Novation… ah no, que este año Novation no ha puesto nada. Bueno pero estaba Native Instruments mostrando… ningún producto nuevo, porque lo último que lanzaron en el territorio del hardware fue la Maschine 3. La gente de Sfear estaba también allí, pero no me pareció que llevaran nada nuevo. Y los proyectos de diferentes universidades e instituciones públicas no estaban mal pero, ¿los veremos algún día con un uso práctico en la vida real?

Estaban los chicos de MOD Devices, tratando de hacer despegar su MOD Duo, un dispositivo multiefectos y de simulación de amplis para guitarra, y también para voz. Un dispositivo fantástico, que se sirve de la tecnología de Chrome para funcionar fácilmente, y que podías comprar allí mismo con un jugoso descuento, pero que a fin de cuentas lleva cerca de dos años circulando por ferias de instrumentos y tecnología musical. Google presentó el NSynth Super, un controlador para el sintetizador neural NSynth, interesante, pero creo que nadie por el momento lo puede tener en su casa, es meramente experimental. Y como curiosidad también de Google habían llevado el MusicVAE, un sistema de machine learning para músicos con una enorme interfaz sobre la que literalmente se podía pasear, o mejor dicho, jugar. Nuevamente muy divertido e interesante pero con una usabilidad dudosa a día de hoy.

Quizá una de las propuestas más relevantes aunque todavía en fase de –muchas– pruebas era Spectrum, un sistema basado en blockchain para el registro de contenidos digitales y por el que Luxemburgo ha mostrado un gran interés y se plantea su uso a nivel oficial. Es quizá una de las innovaciones más interesantes que se podían encontrar y directamente entroncada con la creación de contenidos digitales, contenidos que actualmente están en alza pero que se distribuyen muchas veces con la constante incertidumbre por parte de sus autores de si se respetarán sus derechos de propiedad intelectual a lo largo y ancho de las cuasi infinitas redes telemáticas a las que vivimos conectados ya de forma perenne. Os ofreceremos en breve información más detallada de este proyecto gracias a las explicaciones que nos dio uno de sus responsables.

La realidad virtual y la aumentada, esos intangibles que desde hace más de 25 años se nos presentan como el futuro-futuro pero que por ahora a nivel de consumo se usa para poca más que para jugar y entretener, estaba obviamente presente, muy presente. En el Marketlab había varias propuestas –a mi gusto todas igual de poco interesantes y prácticas– y luego estaba la zona Realities+D, donde una vez más Samsung trataba de sacar músculo con sus soluciones VR de bajo coste. El problema es que en años anteriores en la zona de Realities+D había libre acceso mientras que esta vez tenías que pedir hora para acceder y además indicar un poco a ciegas qué experiencias VR querías probar.

En la zona de los Innovation Challenge –desafíos de innovación– se lo debían estar pasando muy bien en los stands las mentes creativas que trabajaban en los retos. Ellos se lo estarían pasando bien, porque si te acercabas realmente no podías saber que estaban haciendo. Y tampoco es que se acercara mucha gente.

Entre las demos que se realizaron, una de las que tuvo más afluencia fue la de Pioneer, que va camino de convertirse en un clásico porque todos los años muestran sus últimos productos –unas veces acaban de salir, otras llevan unos meses en el mercado– y porque además por tercer año consecutivo era KiNK el encargado de realizar la demostración, que siendo fruto de uno de los “improvisadores” de electrónica de baile más energéticos y divertidos, suele ser garantía de pasar un buen rato. Sin embargo pese al gran nivel de KiNK haciendo su faena en este tipo de plazas, y con el buen comienzo que tuvo su demo, no estaba tan suelto como otras veces. Alargaba en exceso algunas partes, dudaba en alguna ocasión, padeció algo del síndrome del hardware que quema –eso de estar toqueteando rápido los potes sin hacer nada– y si os digo la verdad, no le sacó al DJS-1000 toda su miga ni de lejos. Desconozco si fue falta de práctica con el aparato o que le pillamos un poco en blanco, porque la verdad es que le puso mucho valor al asunto al no llevar preparado más que unos kits de percusión en el sampler y unos pocos presets en el sinte, no llevaba ni melodías ni loops de percusión preparados. Pero bueno, así es la auténtica improvisación de electrónica: a veces molas, a veces ni fu ni fa.

En general podría decirse que la zona de exposición de Sónar+D tenía mucho menos trasiego de visitantes que otros años. Y eso no tenía nada que ver con que fuera menos gente al festival en general; este año de hecho han vuelto a subir su record de visitantes con 3.000 más que el año anterior. Sencillamente la gente era consciente de que había poca innovación y era poco práctica, y que unos cuantos expositores simplemente son marcas que hacen su visita habitual, hayan sacado o no productos nuevos.

¿Qué está fallando aquí? En gran medida pienso que es un problema comercial. No es que Sónar elija gran parte de lo que va a exponerse o presentarse y lo haya elegido mal, es que ahí están quienes han pagado por estar ahí, ni más ni menos. En otros casos, como las charlas o los debates, hay mejor selección puesto que es frecuente que inviten a participar a algunos de los artistas –o sus jefes– que participan en el festival. Esto me recuerda a algo que pensé en esta edición y en alguna anterior, y es que a algunos artistas de los que actúan en el festival los exprimen al máximo, haciéndoles pasar por su actuación, después por una charla, y si hace falta los ponen hasta hacer una demo. Hay riesgo de empacho. Pero bueno, ya sabemos todos que el contenido artístico de la gran mayoría de macrofestivales se gesta durante el invierno en unos despachos de Londres, así que ya que vas allí a jugar a los cromos con los señores de las agencias, más te vale que luego hagas lucir bien los cromos en tu álbum.

Para salvar la cara de todo esto estuvo la entrevista a Alva Noto y Ryuichi Sakamoto, de la que sólo pude disfrutar un momento, y bueno, que por supuesto estos dos mastodontes actuaban juntos como parte del cartel del festival. Pero la retranca aquí es que actuaban juntos fuera de los escenarios de Sónar, en el Teatre Grec, y la entrada a esta actuación se comercializaba aparte. ¿De verdad que no lo podían haber hecho el escenario Complex? El tufo a sacacuartos comienza a ser evidente.

La famosa macro instalación artística de Sónar de cada año, esta vez para mi gusto rayaba un poco en lo absurdo. Y aquí se me podrán tirar al cuello expertos en historia del arte, artistas y opinadores varios, pero lo de crear una emisión codificada por prominentes artistas de electrónica que se envía al planeta nosecuantos porque es uno de los considerados como más probable en albergar vida, y que esa comunicación puedas escucharla en forma de onda portadora –básicamente ruido– en una habitación a oscuras con luces que se encienden con uno pitidos… pues yo de artístico le veo bien poco. En el fondo yo lo veía como una crítica al mundo del arte moderno bajo el concepto de “observa hasta que punto podemos retorcer algo hasta hacerlo pasar por arte”, aunque todo parecía indicar que aquello iba en serio. Recordé las palabras de una amiga egresada de Bellas Artes que me explicaba hace años eso de “puedes hacer que cualquier cosa sea arte si le das una buena justificación artística”; qué razón tenías Marta, pero qué pena haber llegado a esta situación de “vale todo”. Debo reconocer que al menos era un buen lugar para sentarte en el suelo, relajarte un poco, mirar los mensajes del móvil y dar un repaso a las fotos que habías ido haciendo. De hecho tendría más sentido llamarlo “zona de relax con decoración moderna” que “zona de arte moderno donde también puedes relajarte”.

Claroscuros en los artistas de día

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Con la frustración que me produjo el Sónar+D admito que me costó encontrar motivación para centrarme en muchas de las actuaciones. Además, en el fondo tenía la sensación de que cada vez que salía al Village –el escenario al aire libre del Sónar– sonaba todo el rato lo mismo que otros años a esas mismas horas. Obviamente no era así, pero al final se genera esa sensación.

Tuve que inicialmente buscarme la vida rebuscando en los escenarios cerrados para encontrar cosas un poco diferentes. En el nuevo escenario XS me encontré de casualidad con CYBER, una formación de chicas dedicadas al ¿rap? –se acercan mucho al trap y ellas mismas lo definen como CRAP– que en su versión escénica tiraban mucho de teatralidad y glamour kistch almodovariano –como tiene que ser–. Sublime es poco para definirlo, me atraparon durante toda su actuación. Hasta Lady Gaga podría aprender alguna cosa divertida de ellas.

Fue precisamente en ese mismo escenario, en el XS, donde el sábado debería haber actuado Valtonyc, que obviamente no iba a cometer la torpeza de dejarse caer por España para 30 minutos de Sónar. La organización, sabida de la viralidad de cualquier cosa que pueda suceder en torno al nombre de este “artista” –lo siento pero lo entrecomillo porque aunque apoyo la libertad de expresión, para mi este chico no hace arte y casi que tampoco ni entretenimiento– decidió mantener su nombre en el cartel y reservar su media hora de escenario, el cual tuvo las luces encendidas durante ese lapso de tiempo. ¿Y qué pasó? Pues lo que todos sabían que iba a pasar, y es que a pesar de que estaba claro que el rapero no aparecería –no amigos, esto no es Hollywood– la gente se plantó frente al escenario, de hecho acudió un número respetable de personas, y aquello para algunos medios se transmutó en una protesta a favor de la libertad de expresión. Yo desde luego no lo entendí así, para mi Sónar se quiso poner la medalla fácil del populismo. Y bien que se la pusieron.

El Niño de Elche fue otro de mis salvavidas. Cuando estás un poco a vuelta de todo con la electrónica nunca sabes si el artista flamenco más rompedor de los últimos años haría de tarapeuta para tu desidia… y vaya si lo hizo. Tenía que verlo porque ya lo dejé pasar en otra anterior edición del Sónar pensando que todas las loas que le echaban a este hombre eran puro pitorreo, y mi trasero pegado y clavado al asiento fue la prueba de que me equivocaba por completo: El Niño de Elche probablemente sea el flamenco que necesitaba el flamenco desde hace mucho flamenco. No venía en solitario, lo hacía con Israel Galván, bailaor flamenco que también ejerce de ilustre iconoclasta, y que en combo con el de Elche sólo puede esperarse algo totalmente vanguardista. El ritmo marcado de forma constante y efectista por las piernas de Galván ejercía de soporte para las evoluciones vocales del Niño, que pasaba de recitar con flow a romperse en un quejío, de jugar con palabras a jugar a modular el sonido, de convertir bromas en fraseos, de convertir fraseos en sentimientos, y todo ello como el que pasa de untar mantequilla a mojar la tostada. La puesta en escena sobria, con los artificios justos para el tamaño del escenario, pasa a un segundo plano. Es normal que los puristas no lo aguanten, debe ser insoportable que la necesaria actualización del género te la pongan delante de la cara y te demuestre que hay “otro” flamenco más allá del flamenco rancio y vetusto que tanto atrincheras.

Me lo pasé en grande con los sonidos raveros y noventeros del back to back de Violet y Photonz. La pareja de DJs fundadores de Rádio Quantica en Portugal se metieron en el bolsillo a toda la pista del escenario Red Bull a base de clásicos del techno y el house, y con algunos sonidos actuales de regusto retro. Hasta el “Energy Flash” sonó en un set en el que parecía respirarse el buen rollo de los 90 –cada uno ha sido joven cuando le ha tocado–. Me vino francamente bien, porque un rato antes me había quedado total y absolutamente frío con el francés King Doudou y su mezcla de sonidos ragga-jamai-trap-urbanos… como quieras llamarlo. No sé si es mi permanente rechazo a cómo los franceses enfocan estos géneros o mi habitual puntillosidad sobre la enorme complacencia y conformismo con la que el público los recibe.

El jueves por la tarde también se puso en funcionamiento Despacio, la fórmula del “perfect disco” que abanderan 2manydjs y James Murphy que tantos elogios ha recibido, y que básicamente consiste en un espacio cerrado y con poca luz donde los antes citados pinchan una interminable selección de vinilos empleando un setup analógico clásico con mixers rotary y Technics modificados, y sonando por un poderoso y refinado PA diseñado por McIntosh –que por cierto parecía actualizado y mejorado–. Se ruega como siempre evitar fotos, vídeos y cualquier cosa que no sea disfrutar de la música ya sea escuchando o bailando. Aquí Sónar iba a tiro seguro con uno de los “greatest hits” de las últimas ediciones, y aunque era tan maravilloso como otrora, la conocida maravilla sufrió un poco por su conocido éxito, ya que las veces que me dirigí a ese cielo de las discotecas estaba muy masificado, el ambiente era caluroso y pegajoso y se complicaba el auténtico disfrute musical –o igual es que uno se hace viejo, que todo hay que decirlo–. De todos modos no puedo ponerle a Despacio otra nota que no sea un 10. Antes del gran cierre, George FitzGerald ocupó el espacio principal del Village para dar una muestra de lo que puede ser un enorme directo de electrónica, y a pesar de que el pulso con el que llevó su puesta en escena no fue el más constante –languidecía un poco en algunas partes– sí que la demostración de elegancia y buen gusto fue constante. Las partes vocales fueron simplemente tremendas y muy dignas del escenario que ocupaban.

El jueves lo cerró Laurent Garnier con una sesión muy personal construida alrededor de su propia discografía –incluyendo remixes y variaciones diversas sobre su trabajo o el de otros– y que fue bautizada con el original nombre de “Laurent plays Garnier”. El astro francés hizo básicamente lo que le dio la gana tras los controles de la música y le salió redondo, comenzando oscuro, profundo y casi minimalista para pasar a ser mecánico y eléctrico y progresar después a lo dinámico y melódico. Contentó a todos –si no, no sería Garnier–, y a pesar de alguna “pifia” que los más haters le han criticado y que al público se la sudó, a Laurent no se le pudo pedir que fuera más Garnier, al menos no más que cuando se marcó las 8 horas de aquel Sónar Car.

Pasé gran parte del viernes inmerso en el workshop del que os he prometido un reportaje aparte –os sorprenderá– y haciendo networking por mi cuenta –la afluencia de profesionales del sector a Sónar es siempre una oportunidad de oro para eso–. Por la tarde estuve bastante pendiente del Village y me estuve merendando los sonidos puramente negros que estuvo ofreciendo este escenario. Primero con Jamz Supernova, que a mi parecer arriesgó más en terrenos en donde había pisado el día anterior King Doudou y lo hace con bastante más acierto, gracia y elegancia, a pesar de algunas limitaciones técnicas como DJ que le observé a la muchacha. Curioso también el trasiego de gente que se traía en la cabina, parecía que su séquito la acompañaba a todas partes. Después estuvo el showcase de Diplo –sí, Diplo, otra vez Diplo en el Sónar–, que pasaba a convertirse en uno de los artistas sobreexprimidos este año, trayendo por una parte a un grupete de artistas que le molan, actuando tras ellos, y haciendo luego doblete –o triplete ya– a las cuatro de la mañana en el Sónar de noche. Los “invitados” de Diplo a su showcase fueron Kampire, Mr.Eazi y el dúo Destruction Boyz, de los que personalmente Eazi me pareció el más consistente. Tras ellos el propio Diplo hizo una sesión efectiva y efectista, muy a la altura de un selector de talla mundial como es él, pero también de un DJ que sabe quedar bien en Sónar o en cualquier otro festival. Mucho subidón, mucho redoble, muy impecable –¿preparado?– mucho hacer mover el culo, mucho Diplo.

Las horas de del showcase de Diplo fueron de bastante calor y visitas a las barras, ¿es este un buen momento para hablar del negocio de la bebida y la comida en el Sónar? Por qué no. En primer lugar el Cashless, que es el chip NFC recargable metido en un trozo de plástico de la pulsera del festival con el que pagar todo. Las recargas van en múltiplos de 5 si no recuerdo mal, pero los precios de lo más consumido va en número par –el vaso de cerveza pequeño y la porción de pizza compartían el precio-puñalada de 4€– con lo que siempre te va sobrando algo. El truco está en acumular eso que te va sobrando y luego buscar algo que cueste 5€ de los diversos foodtracks –el mejor el de los helados del miembro del clan Roca que parece que nunca volvió de la ruta del bakalao–, y aunque la organización devolvía en metálico el dinero sobrante al acabar el festival en algunos mostradores dudo que muchos se hubieran informado de esa parte de la letra pequeña, con lo que realmente al festival recogiendo las “miguitas” de las pulseras le debe de salir un buen pico al final.

Los 4€ antes comentados eran lo que podríamos llamar el “basic beer” y el “basic pizza”, cualquier otra cosa ya se te disparaba a 6 u 8 euros. Pero si tenías la suerte de formar parte de los elegidos que podían entrar en la zona VIP/Pro, podías degustar la comida especial a un precio muy especial también: 30 eurazos un mini menú diseñado por alguien del clan Adrià, o 15 por el menú express de dos panecillos rellenos de cosas típicas catalanas. El mini menú a alguien de mi tamaño (1,85 y 90 y muchos kilos) no le quita el hambre ni metiéndote dos seguidos, con lo cual para no pasar hambre en el Sónar en la zona VIP/Pro además de importante o muy profesional debes tener un buen sueldo. De los puestos de vino a 4€ con 2€ adicionales de fianza por la copa ya hablamos otro día.

Volviendo a las actuaciones, la tarde de sonido africano se remató con un cierre absolutamente africano: Black Coffee. Iba con mis dudas porque había podido escuchar algún set suyo que ni fu ni fa, pero lo cierto es que el cierre que hizo para la jornada de día a mi parecer fue redondo. Elegancia a raudales, profundidad, una técnica sin florituras pero perfectamente adecuada, y una gestión del tiempo, del tempo, y de la intensidad que ya me gustaría para mi. Pasó por diversos palos, desde deep house con sonidos africanos a techno sin concesiones con mucho arte y contentó con creces a todo un Sónar muy entregado durante toda su sesión. Fue tremendo.

El sábado fue ya mi despedida del Sónar. Para mi sorpresa, de buena mañana ya estaba el Sónar+D en pleno proceso de desmantelación, y eso que en la información distribuida se comentaba que sólo “algunas actividades” del +D ya no tendrían lugar el sábado. A pesar de que había pasado buenos ratos con la Xone:96 me quedé con ganas de un poco más, pero bueno, habrá que esperar una unidad de prueba para poder alcanzar el cielo con ese aparato. El Village estaba inundado por una banda sonora tan lánguida e inconsistente que ni me preocupé de averiguar quien la pinchaba y que amenizó mi tardío desayuno a base de hamburguesa y bravas de foodtrack.

Me dejé caer por el Complex a ver si conseguía ver de verdad algo de vanguardia y pude disfrutar de la performance audiovisual de Deep Resonance, un proyecto pero que muy interesante en el que combinaban fuerzas la pianista Lluïsa Espigolé con un piano preparado, el artista electrónico Edu Comelles y el artista visual Román Torre. La pieza aunque corta tenía una intensidad progresiva y combinaba la respuesta del piano preparado a los campos electromagnéticos con sonidos electrónicos y visuales bastante interesante de laboratorios de observación espacial. Como pieza artística me pareció sobresaliente y cautivadora, lástima el poco público que acude a este tipo de cosas. Igual de interesante me pareció el directo de la artista electrónica parisina Chloé, que aunque en algunos momentos me resultó algo parsimoniosa, demostró una gran capacidad para administrar sonidos crudos y contundentes de forma cautivadora. No era apto para todos los oidos y mentes, eso estaba claro, pero la pasión con la que los “no muchos” asistentes seguían el directo daba buena cuenta de cómo engancha esta artista si la sabes entender. Más tarde me quedé observando a IAMDDB, más bien me hipnotizó. Esta chica dio una lección de música urbana que más de un y una artista nacional debería aprenderse, demostrando que cosas como el soul y el r&b combinan de maravilla con el hip hop y el trap, y hasta se puede hacer esa fusión sin caer en el mal gusto, la chabacanería y el copy/paste. Y si no me falla la memoria tostada por el sol, creo que poco después me largué de Barcelona.

El futuro

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Sónar ya ha anunciado que el año próximo moverá sus fechas a julio para no coincidir con la feria de maquinaria textil que se celebrará en el mismo recinto ferial que emplea el festival. Todo apunta a que la próxima podría ser un Sónar “de transición”, porque para empezar el Sónar de día sólo contará con “una selección de actividades de Sónar+D” que se celebrarán únicamente durante dos días, es decir, tienen claro que el Sónar+D es imposible venderlo para el mes de julio. En 2020 teóricamente Sónar volverá a sus fechas habituales, aunque me huelo que es posible que Sónar+D vuelva al completo, y aunque vuelva personalmente me resulta complicado que vaya a ser mínimamente interesante.

Pienso que lo mejor que le podría pasar a Sónar es que en 2020 cuando regrese a sus fechas habituales sea con un intenso cambio de formato y contenidos. Si de verdad quieren mantener el Sónar+D como congreso tecnológico sobre innovación en la creatividad lo que tienen que hacer es llevar auténticas propuestas y novedades seleccionadas por un buen comisariado y dejarse de vender espacios. Y sobre el futuro artístico del festival, deberían plantearse el dejar de exprimir artistas y de paso dejar también de repetir éxitos del pasado, de incluir ganchos para turistas –no a fui a ver a Gorillaz pero para mi no pintaban nada en Sónar–, de ir a tiro fácil, y de justificar la presencia de ciertos nombres con argumentos contraculturales cuando en realidad sólo los ponen por la atracción que genera su morbo –léase Valtonyc o Lory Money–. Que hagan una revisión de los precios en el interior del recinto o van a convertirlo en algo totalmente elitista. Que lo hagan para que Sónar lo siga valiendo todo, o definitivamente pasará a no valer nada.

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