El dueño del Universo, la araña y el mono

Los ojos del mono, que se mueven solos, se salieron y uno cayó por las escaleras y otro se quedó encima de la mesa, pero seguían viéndolo todo porque eran súper mágicos. La boca del mono estaba pegada a un mueble viejo donde vivía una araña. Se quedó dormido en esa postura tan rara y la araña se enfadó: "Te voy a echar tela y más tela", y la araña, por lo menos en aquella ocasión, fue sincera. El mono estaba ciego, pero no ciego del todo porque veía por los ojos rodantes. Lo malo es que los ojos, en cuanto se quedaron solos, se pusieron a ver el mañana.
El dueño del universo ha venido, ahora mismo está tocando en la puerta, tose, se duerme, de repente despierta, en el mono cunde el pánico ante el imprevisto. A la araña le da igual todo y se despista, el mono no contesta... tantos hilos por fuera y tanta seda en la boca te lo digo yo, son una molestia. El dueño del universo mira hacia arriba, también es dueño del cielo, pero no lo había visto. Como le aburre la espera, empieza a hacer uno nuevo. En cuanto el primer ojo vio por primera vez el futuro, el dueño del Universo notó algo raro, "y si es raro hay que arreglarlo, para eso soy el dueño”.
-¡Abre, desgraciado! -gritó al cabo de un mes-, ¡que tengo cosas que hacer, merluzo, pazguato!
La araña había visto que el mono estaba lleno de piojos y garrapatas y bichos con tres y cinco patas que se teletransportaban al siguiente pelo, aunque se daban muchos trompazos porque casi siempre fallaban. Así que cada mañana echaba un poco más de tela en la boca, las patas y las manos del mono y se paseaba por encima de él para desayunar, comer, merendar y cenar, ahora no se perdía ni una comida. La araña estaba muy contenta.
Los ojos seguían viendo el futuro, pero un futuro muy pequeño, un centímetro cuadrado de pasado mañana como mucho, así que el dueño del Universo casi no notaba nada extraño y además, estaba entretenido en la puerta haciendo el nuevo cielo. Cuando acabó el primero, levantó la vista y vio en las nubes el fuego que encienden al atardecer para aguantar el frío de la noche, y pensó que el suyo no era tan bonito, así que tiró el viejo y se puso a hacer uno nuevo. Pero cuando lo acabó, le pasó lo mismo y así llevaba no sé cuántos cielos y no sé cuánto tiempo. El dueño del Universo era bastante caprichoso.
El mono ya llevaba un año en la misma postura, con un ojo por ahí tirado en la planta de abajo y otro encima de la mesa viendo el futuro y estaba más que cansado. Además, estaba el dueño del Universo en la puerta venga a llamar para regañarle y no tenía ningunas ganas de verlo. El mono no necesitaba comer porque era mágico, pero le gustaba mucho llenarse la barriga con cosas deliciosas como fruta podrida, cocos con gusanos y mochilas viejas. Por eso, de lo que más le enfadaba era ver de lado la cara de la araña, con su tonta risita, mirándolo antes de ir a cazar bichos en su lomo. Y luego, cuando volvía, lo despacio que se los comía delante suya. Eso era lo que más coraje le daba.
Mientras tanto, entre que el mono no abría y que el cielo no le salía bien, el dueño del Universo ya se estaba cabreando y las manos se le habían puesto rojas, pero rojo fuerte. Así era todavía más difícil que el cielo le saliera bien porque se liaba con los colores. Mientras, el mono, pegado al mueble, pensaba que tenía una excusa perfecta para no abrir y estaba deseando que se fuera el dueño ese pesado ya de una vez, ¿o es que no tenía otra cosa que hacer?
-¡Abre, desgraciado! -gritó el dueño de nuevo-, ¡que tengo cosas que hacer, merluzo, pazguato!
-"Parece que me lee el pensamiento el tonto ese", pensó el mono arrepintiéndose al instante. Pero no pasó nada y se dijo que habría sido una casualidad:
-Creo que me voy a pasar aquí otro año -dijo flojito el mono.
-Como si pudieras irte cuando quisieras -apuntó la araña.
-Claro que puedo -contestó el mono, extrañado de que hubiera tardado un año en hablar, aunque ella podría pensar lo mismo. Mientras, en la planta de abajo y en la mesa, los ojos se morían de curiosidad y querían mirar al futuro para ver si podía o no podía escaparse, pero el dueño del Universo estaba al otro lado de la puerta y seguro que se daría cuenta. El ojo se hubiera mordido las uñas si hubiera tenido uñas, y si hubiera tenido dientes, claro, y manos, por supuesto, también tendría que haber tenido manos... y dedos para poner las uñas, eso desde luego, y quizás también... pero de pronto interrumpió sus pensamientos porque la araña siguió hablando con el mono.
-Mi tela es de primera -decía la araña.
-Bah -contestó el mono-, yo me escapé una vez, como si tal cosa, de diez telas como esta.
-No serían como esta -dijo la araña y continuó- una vez me dejé un trozo de tela entre dos rocas y un bisonte que pasaba a toda velocidad tropezó con ella y todavía está cojeando.
-Pues yo otra vez me encontré con una manada de tus bisontes que querían pegarme y a los diez minutos tenía a uno de almohadón, en otro apoyaba los pies y los otros diez estaban asándose en un fuego que hice frotando un árbol contra otro.
El dueño del Universo, que estaba fuera muy concentrado dando los últimos retoques al cielo definitivo, se dio cuenta de que algo pasaba y aguzó el oído, pero al hacerlo, el cielo se le estropeó y el dueño del Universo se enfureció tanto que echó la puerta abajo. Pero sin tocarla, porque eso es ilegal, lo que pasó es que le dio tanta rabia que la rabia se le salió, chocó con la puerta rompiéndola, se hizo un chichón de primera y se desmayó en el suelo al lado del ojo del mono. Y encima, cuando el dueño entró, la pisó dos veces con los zapatos de andar por el universo.
Pero antes de seguir, el dueño del Universo pide un instante de atención para decir algo importante:
-"He entrado porque la puerta está abierta y rota y eso sí es legal. Se podría alegar, por ejemplo, que he entrado para prestar ayuda. Si alguien quiere guerra, que sepa que este caso lo tendría yo ganado".
Y dicho esto, entró y entonces fue cuando pisó su rabia que seguía allí tirada y vio, desde el piso de abajo, el culo de un mono que estaba de pie agachado sobre un mueble. El dueño del Universo sabía que una actitud así le tenía que haber enfadado mucho, pero mucho, muchísimo... "¿qué falta de respeto es esta?, al dueño del Universo no se le puede despreciar enseñándole el trasero, ni hablar del peluquín". Porque ruido, lo que se dice ruido, había hecho un montón, así que el mono no podía estar dormido. Pero como su rabia se había hecho mucho daño, la había pisoteado y todavía estaba inconsciente, era incapaz de enfadarse demasiado. "¿Y si el mono está muerto?", pensó el dios del Universo muy contento, "claro esa podría ser la razón de una falta de respeto tan grande". Y como no podía estar seguro, arrastró la mesa del salón cerca del pie de las escaleras y allí se puso a ordenar unas piezas que siempre llevaba en los bolsillos. Después de dos días, muchas pruebas y cablecillos mal puestos, el dueño del Universo ya había terminado de montar un robot de dos metros que funcionaba casi del todo bien.
-Esto ya funciona casi del todo bien -dijo el dueño, como si no lo hubiéramos dicho nosotros ya.
-A ver, probando, probando... -siguió el dueño del Universo-, examinar latido del mono del piso de arriba.
El robot, primero miró para abajo, luego fue a la cocina y se hizo unas tostadas, después dibujó un avión de combate disparándole a un edificio, miró debajo de cada baldosa buscando tijeretas y se durmió. Cuando despertó, tenía al dueño del Universo encima agarrándole del cuello y diciéndole, con muy buena educación:
-O subes ahí y me dices si el corazón del mono está latiendo o te vas a enterar.
El robot se levantó y fue hacia el pie de las escaleras, miró al dueño del Universo y este asintió. No se dio cuenta de que pisaba el ojo dejándolo más plano todavía que la rabia, que formaba como un charquito justo al lado. Se dispuso a subir, pero tardó dos o tres días en llegar arriba porque, por el camino, se entretuvo en pulir, lijar y barnizar el pasamanos de madera, rematar las imperfecciones de la pared y ponerle buenos cables a la instalación eléctrica que daba luz a una bombillita de treinta vatios que estaba a mitad de la escalera. Cuando llegó, el mono seguía allí atrapado, todavía no sabemos si porque no podía zafarse de la tela o por tener una buena coartada para no haber abierto y ahorrarse las explicaciones por lo de los ojos y eso de mirar al futuro que les había dado por hacer, que seguro que estaba prohibidísimo. El caso es que el robot, lo primero que hizo cuando vio que tenía la boca tapada, fue poner un dedo en el culo del mono para extraerle el ADN. El dueño del Universo se desesperaba abajo, porque la desesperación la conservaba intacta, no como la rabia, pero no podía hacer otra cosa. Si subía podría dejar sus huellas, incluso ser acusado de un crimen, quién sabe, y el dueño del Universo era muy cauteloso con las cuestiones legales. En ese momento, la araña le dijo al mono:
-¿Ves como es fuerte mi tela? Ni siquiera ha intentado romperla.
-Eso es porque este robot es tonto -contestó el mono-, desde que tuve aquel resfriado siempre dejas un agujerito en la tela de la boca y lo sabes, ¿por dónde se supone que te hablo?
-No lo habrá visto.
-Bah, podría haberme tomado una muestra de saliva perfectamente si hubiera querido, lo que pasa es que le da asco tocar tus porquerías.
-¿Un robot sintiendo asco? -dijo la araña con desdén-, qué ignorante, cómo se nota que has visto pocas películas.
El robot comenzó a desarmarse y con las piezas montó un pequeño laboratorio de análisis. Daba pena verlo, con lo potente que parecía antes. Ahora, de una pierna le faltaba casi todo menos una varilla que utilizaba para estabilizarse un poco, de la otra sólo conservaba de la rodilla para arriba y una varilla parecida para andar torpemente, había tantos agujeros en su pecho que la luz lo atravesaba como si fuera una lámpara con forma de robot que tuviera agujeros en el pecho, de la cabeza había utilizado casi todo lo que tenía dentro menos el cerebro y unos hierrecillos para sujetarlo, sólo los brazos y las manos estaban casi enteras para poder trabajar en el laboratorio. Al fin, dos o tres semanas después, el robot, o lo que quedaba de él, se acercó al mono empujando un cacharro con ruedas, sacó unos cables que le puso por el pecho, brazos y piernas y encendió el aparato. Vistos los resultados, se levantó, desmontó el laboratorio y se agregó todas las piezas, no sin tener que revisar el manual cien o doscientas veces y bajó las escaleras. Bueno, mejor decir que comenzó a bajarlas, porque ahora se daba cuenta de que al subir había hecho algún arañazo en los peldaños y ya puestos, los pulimentó todos con esmero, estuvieran mejor o peor, porque cuando te pones a pulimentar, si dejas un trozo, luego se nota. A veces parece que no se ve, pero basta con que el sol entre por otro lado o enciendas una bombilla diferente para que alguien diga, "Hala, eso no está pulimentado" y quedes mal, como de descuidado, de mal hecho. El dueño del Universo, por mucha prisa que tuviera, no pudo más que aprobar esa conducta.
-¿Y bien? -preguntó cuando llegó abajo.
-Está vivo -contestó el robot, aunque de eso hacía ya mucho tiempo y podía haber pasado cualquier cosa, pero eso no lo contempló el dueño, bastante complicado estaba ya este asunto. "Si está vivo, no hay crimen", pensó el dueño del Universo y subió las escaleras en menos de cinco segundos.
-¿Qué desvergüenza es esta? -dijo cuando estuvo al lado del mono. Este fingió no poder hablar mientras la araña se moría de la risa. El dueño no sabía si el arácnido se estaba burlando del mono o de él y lo dejó pasar, pero tomó una nota mental: "destruir todas las arañas de este planeta", que es la única forma de no equivocarse, pero luego recapacitó y se dijo que sólo destruiría las de este barrio. De un manotazo apartó la tela de araña y dejó libre al mono. La araña, que se había olido algo raro usó un comodín pergamino de lectura mental que guardaba para ver qué había pensado el dueño del Universo y cuando vio el destino que le tenía preparado, fue a por su nave de tela de araña, sacó la calculadora y se puso a hacer cuentas de cuánto tardaría en llegar allí o allá para ver si le daba tiempo.
Abajo, la rabia pisoteada estaba despertando verdiazulada, el ojo se mezclaba con ella, el robot hacía agujeros de varios compartimentos en el suelo con el dedo, "por si viene algún conejo, que se encuentre una madriguera decente", el ojo de arriba se puso a girar y saltó a la cuenca hasta ahora vacía del mono, que se puso muy contento aunque se le pasó pronto. El dueño del Universo escuchó el ruido de abajo y dejó de interrogar al mono para mirar. Al pie de la escalera, un ojo loco de furia se levantaba sobre una papilla verdosa que había corroído al robot hasta convertirlo en una masa sin forma.
-Madre mía, la que hemos liado -dijo el dueño del Universo dirigiéndose a la ventana-, vámonos, ya mandaremos a alguien para arreglar todo esto.

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