Ludiguer - al loro - clases de inglés

En uno de los pocos momentos que me quedan libres al día, y como mi mujer se había bajado a comprar un par de cosas que necesitábamos, yo me quedé cuidando al bebé mientras éste dormía, así que aproveché para desempolvar uno de mis libros y ponerme a leer. Bueno, no exactamente a leer, ya que cuando tan sólo había abierto el libro por la página en la que en su día me quedé, oí como mi loro se comía apresuradamente una pipa, y tras expulsar la cáscara de su boca me preguntó, “¿Qué haces?”. Cerré el libro manteniendo el índice de mi mano izquierda sujetando la mencionada página, y mirando a mi multicolor mascota le contesté, “Pues iba a continuar leyendo un libro que hace cuatro o cinco meses que no leo, pero entiendo que va a tener que esperar, ¿no? ”, “no, no”, me respondió medio ofendido, “Si lo dices por mí, yo mientras tenga pipas que comer me voy entreteniendo”, “vale”, le dije, “pero no hagas mucho ruido que vas a despertar al peque”. Me levanté a mirar dentro de la cuna por si se había despertado el bebé, y al ver que no, me senté de nuevo en el sofá y volví a abrir el libro por la famosa página. Pero como si hubiese un mecanismo conectado a la quinta palabra del texto, cuando mis ojos llegaron a ella, mi loro volvió a preguntar, “¿Cómo dices que se llama el libro?”. “No, no lo he dicho, pero ¿a ti qué más te da como se llame?”, le dije susurrando en voz alta, “¿es por si te lo has leído?, no me digas que además de hablar también lees”, Yo sabía que no, o creía saber que no, porque el día que lo compré también pensaba que no hablaba, y me equivoqué. ¡Vaya si me equivoqué!, entonces él me miró, expulsó otra piel de pipa de su pico y me dijo, “bueno, vale, pues no me lo digas. Yo seguiré con mis pipas”. En ese momento me arrepentí de haber sido un poco grosero, así que le dije, “No te he dicho el título porque ni siquiera es en español, el libro es en inglés y me imagino que si te lo digo te vas a quedar igual”. “Ah, en inglés, ¿Siempre lees los libros en inglés?”, me preguntó, y yo manteniendo mi índice izquierdo en la en tantas veces nombrada página le respondí, “Sí. Me gusta el idioma y es una manera de aprender y no olvidar lo ya aprendido. Igual que ver películas en su versión original, oír canciones, ...”, “¿Me enseñas a hablar en inglés?”, se apresuró a preguntarme mi plumoso amigo mientras yo pensaba que si había veces que no lo aguantaba siendo monolingüe, sólo me faltaba soportarlo bilingüe, pero le dije que sí porque pensé que así saldría del paso, cambiaríamos de tema y él se olvidaría. Bueno, pues no pude estar más equivocado. Ahora ya ni comía pipas, y un segundo después me estaba preguntando, “¿Empezamos ya?, ¿Qué he de hacer para aprender inglés?”, “pues para empezar”, le interrumpí mientras volvía a colocar el papelito que marcaba la página ya casi considerada como un miembro más de la familia y recuperaba mi índice izquierdo, “tienes a tu favor que no te da vergüenza hablarlo, y eso es algo que desde mi punto de vista es muy importante a la hora de aprender un idioma. Desgraciadamente aquí en España eso nos sobra, vergüenza a hacer lo que se cree que es el ridículo. Ante un fallo ajeno todos sacamos ese lado ingenioso que llevamos dentro aunque no sepamos hacerlo mejor que el otro, y no vemos que lo verdaderamente ridículo de un alumno de idiomas no es responder equivocadamente a una pregunta, sino quedarse con cara de pez al oírla. Es más, te diría que a muchas de las personas a las que les he dado clase, el primer objetivo era hacer que perdieran el miedo a equivocarse delante de mí, y de ellos”. “Vale, pero ¿empezamos ya?, ¡venga!, enséñame algo, ¿por dónde empezamos?. Cuando venga tu mujer quiero decirle ya algo en inglés”, me dijo totalmente alterado por la emoción del momento, con lo que yo, viendo la que se me venía encima, decidí apaciguar un poco los ánimos contándole que, “he tenido retos contra reloj en esto de dar clases de inglés, pero con tanta prisa como tú no he tenido a nadie. El que menos me dio un par de días para poder prepararle un examen, pero no diez minutos como me estás dando tú. Esto es algo que requiere mucha paciencia, y construirse una buena base para luego ir añadiendo cosas encima.”, y entonces me dijo él, “bueno, pues te doy esos dos días”, “no, no me das esos dos días”, le repliqué, “tener paciencia no es esperar dos días sino más bien dos años como poco”, “¿y por qué a otros sí le enseñaste en dos días?”, me preguntó mi loro medio enfurecido, “No les enseñé en dos días. Ellos ya venían con una base. Con una empanada mental importante, pero con una base”, le aclaré, “y yo lo único que tuve que hacer, es lo segundo que suelo hacer después de hacerles ver que sus errores no me producen risa ni ganas de burlarme, y es coger todas esas ideas que tienen mezcladas en un solo cajón en su cerebro, ordenarlas y distribuirlas en varios cajones, para que al menos el día del examen les resulte más fácil buscar las respuestas en su cerebro.”, “¿y ya está?”, preguntó colgado del techo de la jaula, “Era lo único que podía hacer”, añadí, “ya que esos dos días que solían ser sábado y domingo, porque el lunes era el examen, se reducían a hora y media cada día. Así que en tres horas no había tiempo para muchas más cosas”. “¿Y aprobaban?”, me preguntó con cierta ironía, ”por supuesto”, le contesté, “imagínate que estás en una habitación totalmente a oscuras. Bueno, pues yo les abría esa pequeña rendija por donde entraba la luz suficiente para que ellos ya se pudieran valer por sí mismos para encender la luz, abrir ventanas, o cualquier otras cosa que les permitiera ver. Te repito que en tres horas tenía que repasar todo un año de clases. Complicado, pero bonito. Siempre me ha parecido un bonito reto y nunca he dicho que no a ese tipo de clases. Nunca imaginarías el partido que se le puede sacar a un alumno o dos como mucho compartiendo mesa contigo”. “Bueno”, me dijo, “ponme alguna película y canciones en ingles y yo las escucho, dime qué más vamos a hacer”. “Pues para empezar”, le repliqué, “iremos con más calma, y hasta que no sepas lo que oyes tampoco es bueno que intentes aprender todo lo que dicen los nativos, porque ¿tú has oído cómo hablan algunos nativos españoles en la tele?”. “Sí”, me respondió, “y ¿cómo hablan?”, me preguntó, “pues algunos bastante mal y con incorrecciones”, le aclaré, “así que tampoco uno puede nunca dar por correcto lo que oiga de la boca de un nativo. Ingleses que hablen mal inglés también los hay”. Entonces él insistió, “bueno, no tengo miedo a utilizar el idioma, tengo paciencia y ganas de ver películas y oír canciones, y hasta saldría de la jaula y me sentaría en una mesa contigo, ¿cuánto inglés sé ya?”. Entonces oí la llave en la cerradura y le dije a mi proyecto de –gentleparrot-, “Ya está aquí mi mujer, voy a poner la compra en su sitio”.

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