Sobre lo privilegiados que somos...

En uno de sus cómics más célebres, “Los invisibles” (obra en la que se inspiró Matrix), el guionista Grant Morrison (todo un personaje) hablaba del lenguaje humano como una creación conspiranoica usada para limitar nuestra capacidad de comunicación y de comprensión. Por contra, hablaba de un metalenguaje que se mantenía oculto a los humanos y que era capaz de transmitirnos la “realidad” y el por qué de la existencia entre otras revelaciones.

A lo largo de mi vida siempre he encontrado una importante limitación en las palabras para comunicarme. La sensación de: “no era eso exactamente lo que quería decir” me persigue desde siempre. En muchas ocasiones he tenido claro lo que quería contar pero no he sabido como explicarlo, dando a entender por lo general cosas que no quería (seguro que más de uno empatiza conmigo).

Esto lo noto en muchas ocasiones cuando me siento a escribir, sean canciones, un artículo como este o un simple email. En mi cabeza está muy clara la idea, la imagen, la sensación, pero una vez frente al papel o el teclado del ordenador la cosa se complica considerablemente.

Sé que en muchas ocasiones es falta de “técnica”, vocabulario y dominio del propio lenguaje por mi parte. Pero incluso escribiendo con las palabras exactas sé que hay cosas que ellas no van a poder llevar a su destinatario. Tal vez porque es algo que no les corresponde.

Grant Morrison decía que su serie, “Los invisibles”, era un metalenguaje en si mismo y que esa obra contenía mensajes ocultos que penetraban directamente en la mente y en el espíritu del lector (debería añadir que por aquella época este hombre experimentaba con frecuencia con el LSD aunque, según aclara, no lo hacía cuando escribía...). En todo caso él, mediante su arte, pretendía expresar algo que de otra manera no le era posible o al menos no al nivel que el pretendía. Quizá yo también te esté enviando mensajes “subliminales” con estos artículos...

Ser dueños de una emoción, una idea, un sentimiento, una sensación que nos invade por dentro y no poder expresarla es duro. Los artistas y en especial los músicos somos unos privilegiados en ese sentido. Si hay algo importante en la vida y que mueve al ser humano son las emociones: la alegría, el amor, la angustia, la paz, la ansiedad... El músico puede hablar de todo ello. El artista en general dispone de un lenguaje apropiado para los sentimientos. Quizá lo consiga o quizá no pero sabe que cuenta con un camino por el que ir y que dispone de “palabras” específicas que no se encuentran en el lenguaje habitual.“Sólo” ha de encontrar la combinación necesaria que represente su mensaje, o al menos la que más se le parezca.

Pero la música es un lenguaje delicado, es difícil de dominar y es muy fácil que se nos vaya de las manos si queremos controlarla para enviar un mensaje cubierto de abstracción. La belleza de una melodía cuando la estamos componiendo nos suele “hipnotizar” y llevarnos a expresar un “escenario” que no era el que al principio teníamos en mente. Tampoco es que esto sea negativo, de saber reconducir el azar también se nutren los compositores. A veces esto es lo que se busca (yo funciono así muchas veces), sentarse delante del piano y dejar que las primeras notas nos sugieran las siguientes y ellas mismas nos digan cual va a ser la historia. Pero en los casos en los que se persigue un objetivo concreto, por ejemplo, cuando ponemos música a una letra que ya lleva incorporado un mensaje, es bueno saber controlar el otro mensaje que emitirá la música.

Sobre ese efecto embriagador de la música hablaba el señor San Agustín, a principios del primer milenio cuando en sus escritos decía que la música le distraía de los textos:

“Cuando ocurre que me siento más conmovido por el canto que por lo que se canta, me confieso a mi mismo que he pecado de una manera criminal y entonces quisiera no haber oído ese canto.” (Confesiones,x, cap. 33)

Yo apenas entiendo el inglés y me he sentido conmovido por infinidad de temas que cantan en ese idioma. Curiosamente (aunque no siempre ha sido así) al leer algunos textos, he encontrado relación con la sensación que me transmitía la música y el modo de interpretar la letra. Cuando se es capaz de conseguir eso se ha logrado hacer un gran trabajo.

Una buena música, un buen texto y que ambas estén en sintonía deberían ser la mezcla de ingredientes perfecta para expresar una emoción, un sentimiento, en definitiva, una idea para la que las palabras no son suficientes. O quizá aún le falte el componente visual para ser la “obra de arte total” el “Gesamtkunstwerk , como pensaba Wagner.

¿Con todos esos elementos somos capaces de transmitir todo lo que se cuece dentro de nosotros?

Yo no llego a tanto y ya suelo complicarme bastante la vida simplemente mezclando música y letra. La música instrumental me permite expresar (en el modo en que yo lo percibo) mucho más que la música con letra, pero a menudo echo en falta la descripción de una idea más concreta y menos abstracta. Por el contrario, al escribir letras siento que concreto demasiado, limito el mensaje y quizá por ello a menudo me vuelvo demasiado “poético” o me tiro semanas para hacer una sola frase procurando que no le reste valor a un giro musical importante.

No quiero que se entienda esto como un suplicio, para mí es divertido y fascinante (si no me dedicaría a otra cosa). Contemplarlo todo de un modo tan detallista me hace sentir que dispongo de más elementos de los que carecería si no percibiera estas sutilezas.

Somos músicos, instrumentistas, compositores, artistas, pero en el fondo todos somos comunicadores a través de lenguajes que no tienen el límite que tienen las palabras. Podemos sacar de nosotros aquello que no podemos (o no queremos) decir con el lenguaje verbal. Somos unos privilegiados. Nuestro límite sólo esta en nuestra capacidad que siempre va en aumento, o en algunos casos, como decía en otro artículo, en nuestra imaginación.

¿O sí que existe un límite y hay cosas que nunca vamos a poder describir o trasmitir con el arte?

Hace tres años, cuando terminé de componer el primer disco del proyecto Mei Ming, me encontré con once canciones (diez con letra) y con la sensación de que faltaba algo importante. Hasta ese momento la mayoría de mi repertorio, aunque no todo, había sido instrumental y quería usar palabras para concretar mejor algunos de los temas que inspiraban habitualmente la creación de esos temas instrumentales.

Compuse una nueva canción, la doce, la que cerraría el disco, un tema más intimista en el que al principio y al final realizaba una especie de “homenaje “ a esa dificultad con la que siempre he convivido para lograr decir lo que realmente quería. Habían cosas que sabía que no llegaría a transmitir con aquel disco aunque mi intención fuera hacerlo, que me resultaría imposible. Pero al menos eso sí que sabía decirlo, y decirlo me permitía cerrar aquel trabajo dándolo por concluido.

Supongo que no siempre se puede decir todo y probablemente hayan cosas que siempre formaran parte del lenguaje interno de uno mismo (Al igual que no soy capaz de explicar, en toda su dimensión como me gustaría, lo que quiero decir con este último párrafo)

Como comentaba al final y como en tantas ocasiones, al terminar este artículo, me quedo con la sensación de que algunas cosas no he sabido transmitirlas como pretendía o que de alguna manera se han quedado cortas. Pero del mismo modo que cuando hago música, y esto me reconforta, también sé que algunas cosas sí he podido decirlas.

Juan Ramos

www.musicalisis.com

www.juanramos.es

Imagen diseñada por Santiago Ramos

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