En ese marco, irrumpe el paroxismo de la individualidad, exigiendo un espacio para ser original en medio de la fría luz de lo políticamente correcto. Poco a poco, ese intento se vuelve ramplón, insulso, con demasiados lugares comunes, repetitivo, manierista, hasta resultar cargante, incluso indecente.
Llegamos a los compases finales de la creación astragados por tanta mediocridad y con la clara sensación de lo que pudo ser y no fue. Del desasosiego sólo nos saca el epeño por fracasar enla próxima entrega...
(Me pincho mayonesa, ¿o se dice mahonesa?)