Recuerdo que era bastante joven, no sé si más o menos que los chicos de mi edad. Pero ya solíamos escaparnos a la Casa de Campo porque nos quedaba cerca y porque con poco dinero era fácil pasar un buen rato y disfrutar en las cálidas noches de verano. Llegamos a aprender que en cada zona podíamos elegir distinta diversión. Y a esa edad nos gustaba probar. Lo malo es que no éramos los únicos y siempre tocaba esperar a que llegara tu momento, tras evitar una hilera de coches con sus focos indiscretos. Al final, entre la excitación del momento, las prisas o el acomodarte en cualquier parte no era nada raro que llegaras de vuelta a casa manchado de tierra o vete tu a saber de qué.
Otras veces era un tío o incluso mi padre el que te acompañaba al centro, y trás una generosa merienda (desde mi ingenuidad suponía que para coger fuerzas) te acompañaba a algún sitio más decente, más limpio y cómodo pero igual de oscuro y te enseñaba un modo más selecto de disfrute. Reconozco que esa situación imponía respeto y no siempre era capaz de sacarle partido. ¡Si hubiera sabido entonces lo que ahora sé...!
La ocasión que me marcaría para siempre sucedió en mi barrio algún tiempo después. En el rincón oscuro de una vieja discoteca, gracias a la complicidad de mi hermana y mientras los demás se entregaban al baile bajo los focos, aparentemente impávido y silente me dejé llevar sin reparos y, aún adolescente, por fin pude disfrutar de la que considero mi primera vez. El corazón a mil, la visión nublada y el cuerpo vibrante mientras por dentro una voz repetía: "Esto sí que es lo mío".
Otras veces era un tío o incluso mi padre el que te acompañaba al centro, y trás una generosa merienda (desde mi ingenuidad suponía que para coger fuerzas) te acompañaba a algún sitio más decente, más limpio y cómodo pero igual de oscuro y te enseñaba un modo más selecto de disfrute. Reconozco que esa situación imponía respeto y no siempre era capaz de sacarle partido. ¡Si hubiera sabido entonces lo que ahora sé...!
La ocasión que me marcaría para siempre sucedió en mi barrio algún tiempo después. En el rincón oscuro de una vieja discoteca, gracias a la complicidad de mi hermana y mientras los demás se entregaban al baile bajo los focos, aparentemente impávido y silente me dejé llevar sin reparos y, aún adolescente, por fin pude disfrutar de la que considero mi primera vez. El corazón a mil, la visión nublada y el cuerpo vibrante mientras por dentro una voz repetía: "Esto sí que es lo mío".

