En la Escuela Preparatoria del bachiller (niños de nueve a diez años) D. Pepe, un falangistón gordo y sucio, realizaba atrocidades dignas de un campo de concentración. Daba bofetadas a diestro y siniestro, rompía orejas, arrancaba patillas, hacía moratones espectaculares y en alguna ocasión mandó a la casa de socorro a alguno. Por supuesto, las denuncias no servían para nada. Algún año padeció gota y su bastón se convirtió en un instrumento de tortura. Al principio del curso repartía los pupitres por orden alfabético y el número que te correspondía era tu nombre para el resto del año. Una temporada recurrió al sutil sistema del alfilerón. Cuando oía murmullos amenazaba: ¿Quién está hablando? que salga ahora o le clavo el alfilerón cuando aparezca, y va a aparecer...¡una cuarta! y enseñaba la punta del alfiler de su corbata entre sus sucios dedazos. ¡Dos cuartas!, ¡tres!, ¡el alfilerón entero!. Cuando por fin aparecía el incauto de turno, bajo la amenaza de un castigo colectivo, le clavaba el alfilerón en el culo.
Quienes vivían realmente a gusto en aquel aula eran las moscas.
Quienes vivían realmente a gusto en aquel aula eran las moscas.

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