Reconoce que eres un plagiador

musica copyright

Jeffrey Lewis

Como compositor formado en la escena antifolk de los barrios bajos de New York, me pongo un poco snob cuando sale el tema de tocar canciones originales o versiones. Esta escena antifolk surgió en la parte baja del este de Manhattan a mediados de los 80 como una alternativa arriesgada, más creativa y underground a los clubes de folk de la parte oeste, principalmente en la famisa Bleecker Street, donde la pasada gloria de los clubes folk de los 60 había degenerado en sesiones de nostalgia para turistas y donde folk solía significar versiones, generalmente por parte de bandas tributo a Dylan, Doors o Springsteen haciéndose pasar por auténticas. No, nosotros los del lado este nos sentíamos orgullosos del hecho de que aunque nuestro sonido fuese menos aceptable o tuviese menos éxito, al menos eramos artistas de verdad, que juzgábamos a los demás por su creatividad y su actitud punk más que por su técnica o su calidad musical.

Yo no sabía nada de esto cuando empecé a escribir y tocar mis canciones en directo en Sidewalk Cafe, en la Avenida A en 1998, pero pronto me encontré siendo considerado parte del movimiento antifolk del que hasta entonces no había oído hablar. Me encontré a mí mismo tomando parte de fiestas antifolk. Irónicamente mi último disco 12 Crass Songs está hecho completamente con versiones de canciones escritas por la banda británica de punk político Crass. Al menos son versiones muy arregladas.

Habiendo tomado parte en la escritura de canciones originales, muchas veces me pregunto: ¿Qué es una canción original, cuando se trata de folk —o de cualquier otro estilo—?

Todos los aspectos de la creatividad básicamente son pedazos reconstruidos de cosas que hemos visto, oído y experimentado, finamente o no-tan-finamente troceadas y servidas en un plato que, con suerte, mezcla los ingredientes obteniendo algo «nuevo». En la antigua Grecia parecían saber esto, de ahí que creyeran en musas de la creatividad, hijas de Mnemosyne, la diosa de la memoria. Puede que nos guste pensar que lo que pensamos al crear una nueva canción son simplemente impresiones de nuestra «vida real», pero una melodía no suele surgir de la impresión que te produjo el ruido del tren que tomaste a las 6 de la mañana, sino más bien de la melodía de otra canción. Lo mismo ocurre con progresiones de acordes, conceptos musicales, compases y letras, estructuras de canciones y todo lo demás. En realidad, se espera de la música folk que sea una especie de continuum compartido. Al fin y al cabo, como dijo Louis Armstrong; «toda la música es folk, nunca he oído cantar a un caballo».

A pesar de saber esto, como artista supuestamente «creativo» me sorprende descubrir que una canción que he escrito contiene una copia inconsciente de una canción de otro, ya sea en la estructura, las letras, etc. Con un poco de suerte, ¡la canción del otro no es particularmente popular o reconocible!

A veces me doy cuenta según ocurre. «Oh, mierda, no puedo usar ese coro tan genial que acabo de escribir, es la misma melodía que la de esa canción de Gnars Barkley. Otras veces no me doy cuenta hasta años después de de dónde salieron los ingredientes de una canción. Comentándolo con unos amigos, decidimos hacer unas cintas de mezclas los unos para los otros, cintas que contenían canciones originales en las que, consciente o inconscientemente, nos habíamos inspirado —«inspirado en» a veces se conoce como «violación ilegal del copyright», depende de si eres o no abogado—. Yo ya sabía que algunas de las canciones que iba a poner en mi cinta, que creía escritas por mí, en realidad habían sido «inspiradas por» —no soy abogado— piezas escritas por otros.

Buscando en mi colección canciones para mi cinta descubrí muchos ejemplos que no había considerado. Me acojonó darme cuenta de hasta qué punto yo era un maldito plagiador. Pero ahí estaban, blancas y en botella, canción tras canción que yo había copiado de una forma u otra. Puede que yo no fuese un compositor original al fin y al cabo sino un artista de versiones, un perdedor, soñando con que su monstruo de Frankenstein particular fuese capaz de reensamblar las versiones para que no se notase que lo son.

En mi defensa puedo decir que mis plagios inconscientes de más éxito suelen combinar canciones de distintos géneros y épocas, digamos que haciendo que la gente pierda la pista. Un ejemplo; ahora descubro que If You Shoot The Head You Kill The Ghoul, mi homenaje de 1998 a la cultura zombi, y aún una de las canciones que más me piden en directo, es básicamente una mezcla de las letras de Roky Erikson con estética setentera película-de-miedo-conoce-garage-rock sobre una progresión de acordes de una canción de Leadbelly, todo mezclado con el English Civil War de Clash. Me he dado cuenta de cómo de poco creativas mis supuestamente creativas canciones son.

¿Esto hace que mis canciones no sean buenas? Lo cierto es que a cierta gente parecen gustarles, y llevo viviendo de la música siete años. Hay un foro de Jeff Lewis donde la gente —bueno, dos o tres, Dios les bendiga— discuten cada pedazo de cada cosa que hago. ¿Les gustaría menos a mis fans mi música si pudiesen oír la cinta que hice para mis amigos? Si escribo una canción hoy que me parece cojonuda pero de repente descubro que se parece un poco al tema de Exuma que estuve escuchando ayer, ¿la tiraría a la papelera y empezaría de cero? Por supuesto que no. Si los mejores compositores preparasen una cinta de retales como la mía, todos se demostrarían plagiadores en primer grado. De hecho Dylan necesitaría probablemente una caja de veinte discos para todo el material del que se nutre, no le bastaría con una cinta. (...) Como suele decirse; «el talento toma prestado, el genio roba».

De hecho es muy divertido intentar encontrar todas las inspiraciones musicales y líricas que hay detrás de todas las grandes canciones, o mejor aún, encontrarte de frente con lo que obviamente es un precursor genético de esa canción «original» que amas. Tengo la malvada sospecha de que el clásico inmortal de Velvet Underground Heroine se alimenta de trazas líricas de su contemporáneo Dave Van Ronk en Willie the Weeper, sobre un adicto al opio que sueña con ser marinero en el océano profundo, justo como el adicto a la heroína del que habla Lou Reed sueña con navegar el mar oscuro. De hecho la grabación de Van Ronk podría haber sido muy popular en New York habiendo sido editada por la discográfica Verve, por la que la Velvet fichó poco después. ¿Tengo razón? ¡A quién le importa, es divertido especular! De hecho el propio Van Ronk probablemente sólo reinterpretaba una canción que ha tenido miles de variaciones durante décadas, una que probablemente también fue plagiada por Cab Calloway en 1932, su famoso Minnie the Moocher.

Todo sin tener en cuenta que el material genético del que nace una canción puede venir de una película, un libro, poemas o incluso un cuadro. Como dibujante y lector de comics, sé que algunas de mis canciones le deben mucho estéticamente a Peepshow o Eightball. Hace años nunca habría pensado que mi canción favorita de woody Guthrie, The Ballad of Tom Joad y mi canción favorita de Scott Walker, The Seventh Seal, son las dos meras repeticiones de tramas de películas que Woody y Scott acababan de ver. Ni siquiera tuvieron la decencia de avisar «¡peligro, spoiler!— en la portada de los discos —vale, igual es demasiado tarde para ver Las Uvas de la Ira por primera vez.—

Así pues, nosotros, artistas snob y auténticos, somos sólo versioneadores en potencia, solo que tomamos alguna que otra medida para confundir a nuestros escuchas. Puede que lo que hago debiera llamarse «composotizión», «mezclanciones» o «complagio», o algo así. O simplemente podrías llamarlo «plagio» y llevarme a juicio. Seguro que pierdo.

Visto en New York Times Blog.

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