Viva el Mal escribió:
Alguien que no tiene ingresos ni propiedades necesita trabajar para sobrevivir, con lo cual tiene que someterse a uno de esos contratos sí o sí. Es decir, es morirse de hambre o regalar parte de su trabajo. ¿Ahí no hay coacción?
¿Coacción por parte de quién? El trabajador es libre para buscar otro empleador, otro contrato que le satisfaga o para pasarse al malvado bando capitalista, si puede. ¿Quién exactamente ejerce coacción sobre él? Probablemente argumentarás: la sociedad, su situación, el sistema. Pero eso no es culpa ni del empresario, ni del libre mercado, es simplemente una particularidad de la vida, casi podría decirse que es un principio fundamental de la termodinámica. Los seres vivos tenemos interdependencias, y los menos productores tienden a controlar menos variables de un sistema abierto. A mayor grado de productividad (por especialización, por fuerza de trabajo, por rendimientos de capital, por x motivos), mayor independencia. La prueba está en que aquellos con éxito productivo (sean empresarios o sean trabajadores) necesitan menos de la buena voluntad de los demás para progresar y sobrevivir. Es una característica que se da en el mundo natural y que el ser humano reproduce en todos los sistemas que idea, incluyendo aquellos que sobre el papel son igualitarios, como el comunismo.
En mi opinión, en ningún caso es comparable la coacción que ejerce el empresario con la coacción que ejerce el estado. Esta última está institucionalizada, legitimada e instrumentalizada.
Viva el Mal escribió:
Los liberales elaboran sus argumentos a partir de situaciones de iure, obviando las de facto, simplificando en gran medida la realidad. El sistema estatista es opresor porque está escrito, está tipificado en unas leyes, es una opresión de iure. En cambio, en el liberalismo, esa aceptación de un contrato injusto no se considera coacción, ya que no lo pone en ningún lugar ni hay una ley que lo exija, así que asumen que ha sido voluntario, aunque en la realidad esta coacción es de facto, obligada por las circunstancias. Pero como eso no es una obligación ejercida por la fuerza, pues no es en contra de tu voluntad, y se quedan tan anchos.
La aceptación de contratos injustos no es una característica del liberalismo. En el estatismo también pueden existir contratos injustos, de hecho sucede a menudo. Pregunta a los preferentistas o a las hipotecados que fueron a las cajitas a pedir dinero y creyeron que el bankster -comisario político- era su amigo. Sin embargo, la aceptación de esa teórica "injusticia" es un acto de voluntad. Estafas y letra pequeña aparte, cada persona debería ser responsable de sí misma y aceptar las consecuencias de sus actos. De no ser así, seremos siempre reptiles. Lo siento mucho, sé que no es políticamente correcto decirlo, pero tanto preferentistas como deshauciados me parecen, en términos generales (y, reitero, dejando a un lado a los que fueron realmente estafados), económicamente unos "niños". Completamente dependientes e irresponsables. La vida nunca es tan dulce, no puede premiarse constantemente a las cigarras a costa de las hormigas. Al final, la fiesta de contratos "injustos" y dinero a manguerazos para el sistema bancario nos toca pagarlo a los ahorradores, a punta de bayoneta si es necesario, mientras que los que se pegaron la borrachera de crédito barato e inconsciente salen de rositas. Es un premio a la mediocridad, en todos los sentidos. La sociedad no debe aspirar a eso, en mi opinión.
Según Marx, los capitalistas, como si formasen un frente unido, una especie de organización o conspiración a escala mundial, desposeyeron al trabajador de los medios de producción. Este proceso, que Marx no detalla demasiado y lo sitúa en el tiempo al finalizar el feudalismo e iniciarse la era industrial, es el que aboca a los trabajadores de la actualidad a una situación de injusticia y desigualdad con respecto al capitalista. Para más inri, Marx considera el imperialismo como una consecuencia de esas prácticas. Marx no tuvo en cuenta ni el estatismo ni a la aristocracia para elaborar esa teoría. Marx tampoco pudo preveer la evolución del trabajo en la Edad Contemporánea, y el final de la era industrial y el comienzo de la informática. Su análisis pertenece a una época ya pasada, y no contempló los desmanes del intervencionismo que sí han visto nuestros ojos. En ese sentido, disponemos de más información y de la experiencia de ver cómo se comporta el estatalismo exacerbado.
El empresario quiere producir y generar rentabilidad, el capitalista recoger beneficios. Los estatalistas pretenden forzar a que la iniciativa privada desarrolle una especie de sentido del deber para con el pueblo, una clase de moral que anteponga el bien común y la socialización por encima de los beneficios. ONGs para alimentar a los que carecen de medios de producción. Estas obligaciones son aberrantes. Nadie en su sano juicio expone al peligro sus propiedades para que en primera instancia las disfruten los demás. La empresa necesita de incentivos, si no, se convierte en producción planificada e ineficiente. Los contratos están para cumplirse, son el único mecanismo de confianza que tenemos a nuestra disposición más allá de la coerción. Además, son un medio del que disponemos al margen del estado.
Pregúntate a ti mismo: los contratos de trabajo que has firmado a lo largo de tu vida, ¿los has firmado contra tu voluntad? ¿esperabas recibir remuneración por quedarte en casa sin hacer nada? ¿qué ha hecho de forma activa el empresario para obligarte a firmar? ¿puede compararse esto con el aparato represor del estado?
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