Hasta le pongo título a este comentario
Leyendo el ideario y dialéctico de las intervenciones a favor del independentista encuentro similitudes pasmosas con los predicadores religiosos que tratan de llevar a sus corderos por el buen camino e intentar alejarnos del infierno, de las injusticias del mundo.
En este caso, el infierno es España, el corrupto estado que a través de los medios de comunicación estatales seducen las endebles mentes de los ciudadanos inculcando un odio visceral hacía lo catalán y frenando toda iniciativa de libertad, democracia en un territorio.
Esta dialéctica ha utilizado para justificar todo tipo de ideologías a lo largo de la historia; lógico que sea excluyente aunque para captar adeptos no duda de utilizar formas de seducción de todo tipo.
La diferencia entre las acciones encaminadas a la independencia y los que pretenden la unidad de España es que las primeras requieren de una acción, de un movimiento y para ello, es imprescindible su movilización. Lo segundo, es una continuación de un estado ya existente, no requiere esfuerzo alguno.
Puesto que en el pensamiento de muchos está que el nacionalismo de uno y otro lado es un anacronismo, una vuelta a tesis medievales, oscuras y sinuosas donde aparecen los instintos más primitivos y sin procesamiento racional alguno. Ese movimiento que han tenido que efectuar los independentistas para reflotar su ideario ha estimulado estas mentalidades y además, para que hubiera una repercusión con una magnitud suficiente para sus propósitos han puesto en marcha todo un arsenal de mediocres recursos lingüísticos, pedagógicos, todos enmarcarados con pretensiones falsamente políticas.
Lo que vengo a decir es que, no ha duda de que el movimiento independentista en cataluña ha perjudicado la salud mental de todo el territorio, dando protagonismo a ese paleto sentimiento de identidad de españoles y catalanes. Ahora, dando una vuelta por nuestras ciudades vemos banderitas españolas en los balcones (hasta mi padre se ha comprado una); lo que antes era una desagradable consecuencia de festividades como la semana santa o acontecimientos alocados como los mundiales de futbol renace bajo otra apariencia; la unidad de España. Antes, no éramos conscientes de ello, ahora nos hemos vuelto un poco más prehistóricos.