Escogí a una linda damisela y la aislé de su ilusión. Me prometió seguir siendo bella y la llevé a un páramo desolado donde nadie pudiera verla. Por la mañana se miraba en un espejo mientras se peinaba, se acicalaba el rostro y se demostraba lo hermosa que aún era. Me avisaba para que la atendiera, más no tenía por qué verla pues ya sabía lo que era, mejor, incluso, que ella. El tiempo pasó, y se acabaron los polvos y el carmín, el espejo se rompió, y con él, cualquier ilusión se desvaneció. Se ocultó de mí, le daba vergüenza presentarse pálida y demacrada, escondida vete a saber dónde. ¿Por qué te escondes? Gritaba. Vete, me contestaba desde todas direcciones. Y me fui.
Sola se quedó. Y me buscó por todas partes más no me halló.
Años después, un pastor encontró el esqueleto de esa mujer asido a un pedazo de aquel espejo, enterró respetuosamente lo que quedaba del cuerpo y se llevó el trozo de vidrio para tenerlo de recuerdo, y también para encender fuego los días lluviosos que le quedaban por delante.
Al volver a aquel páramo me encontré con el pastor y le pregunté, a la luz de la lumbre, por el espejo. Y me dijo lo siguiente: “no has de buscar lo que no has de hallar, ni encontrar lo que no has de perder”. Terminamos nuestras viandas y nos despedimos para siempre. Antes de partir le pedí que me enterrara con ella, cosa que gustosamente hizo. Y encima de nuestra tumba colocó el fragmento que nos había distanciado, una vez que había perdido su significado, y no representaba valor alguno.
(Para los despistados os daré unas pistas; el protagonista es el autor, la damisela la obra, el espejo es el ego y el pastor el alma)
Sola se quedó. Y me buscó por todas partes más no me halló.
Años después, un pastor encontró el esqueleto de esa mujer asido a un pedazo de aquel espejo, enterró respetuosamente lo que quedaba del cuerpo y se llevó el trozo de vidrio para tenerlo de recuerdo, y también para encender fuego los días lluviosos que le quedaban por delante.
Al volver a aquel páramo me encontré con el pastor y le pregunté, a la luz de la lumbre, por el espejo. Y me dijo lo siguiente: “no has de buscar lo que no has de hallar, ni encontrar lo que no has de perder”. Terminamos nuestras viandas y nos despedimos para siempre. Antes de partir le pedí que me enterrara con ella, cosa que gustosamente hizo. Y encima de nuestra tumba colocó el fragmento que nos había distanciado, una vez que había perdido su significado, y no representaba valor alguno.
(Para los despistados os daré unas pistas; el protagonista es el autor, la damisela la obra, el espejo es el ego y el pastor el alma)
